Justus Lipsius y sus alumnos de Rubens
Este cuadro en la actualidad forma parte de la extraordinaria colección de pintura del Palacio Pitti en la ciudad italiana de Florencia. Y es una especie de homenaje que el pintor Rubens le hizo al filólogo Justus Lipsius, el cual fue maestro tanto del pintor como de su hermano Filips, que había muerto por esas fechas y que también aparece retratado en la escena. De manera que es una obra de carácter muy personal para este artista del barroco que tantos y tantos cuadros realizó con gran boato y por encargo de las personalidades más poderosas de su tiempo. Y sin embargo, en esta obra más íntima sigue manteniendo muchas de las características de su codiciado modo de pintar.
Vemos a cuatro personajes en torno a una mesa. Concretamente están formando un arco y ocupando solo dos de los cuatro lados de la tabla, agrupados por parejas. Mientras que un tercer lado lo ocupan unos gruesos libros, y el lado más cercano a nosotros está libre, como invitando al espectador a sentarse a esa mesa y también aprender algo.
Toda la tela está repleta de símbolos cargados de significado. Desde el jarrón con tulipanes que simbolizan el suelo, hasta la vista de la colina romana del Palatino de la ventana, ya que Rubens acababa de regresar de allí.
También llama atención junto a las flores el busto de Seneca, al cual tanto estudió Lipsius. Así como los libros en los que basó su prestigio.
La presencia de Lipsius atrae todas las miradas gracias a varios recursos compositivos claves. Por ejemplo, su posición hacia el centro, y que además su figura se antepone a un elemento vertical como la columna. Y por si fuera poco todavía queda más destacado por su cuello de pelo de animal
Y también se autorretrata Rubens, el personaje que está detrás de todos, pero que es el único que aparece de pie y rodeado por el elegante cortinaje rojo. Y a su lado la efigie de su hermano recién fallecido.
Para todos esos personajes, el autor hizo numerosos dibujos preparatorios, algunos de los cuales se han conservado hasta nuestros días. Gracias a esos bocetos y estudios previos, podemos comprobar como fue el trabajo para concluir una obra donde quiso cuidar todos los detalles, y entre ellos tenían que ser muy buenos los rasgos de los personajes y sus ademanes para que transmitieran la personalidad de los mismos.
Desde luego que es una obra de madurez del artista. Controla a la perfección cualquier faceta de su oficio, y aquí aprovecha su maestría para generar cuadro que es al mismo tiempo solemne y conmovedor. Una escena que tiene muchos significados para él y que ha volcado en ella sus propios recuerdos y sentimientos. Además de que, como en casi todo el arte de Rubens, estamos ante una imagen de lo más vistosa, dominada por un colorido tan rico como vivo.