La condesa de Chinchón, Goya
La condesa de Chinchón es uno de los lienzos más famosos del artista zaragozano Francisco de Goya y Lucientes. Se trata de un óleo sobre lienzo con formato vertical que mide más de dos metros de alto y casi metro y medio de ancho que el pintor realizaría en torno a 1800 una vez que adquirió la categoría de pintor de corte.
Goya (1746 – 1828) comenzó su formación artística en el taller de su padre trabajando como dorador, su gran habilidad técnica en el campo de las bellas artes le permitió trasladarse a Madrid como protegido del reconocido autor Francisco Bayeu, quien años después terminaría siendo su cuñado. Trabajó para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara realizando cartones con escenas amables de la nueva sociedad madrileña.En 1799 el primer ministro de Carlo IV recomienda al artista zaragozano para el puesto de pintor de cámara. Desde aquel momento Goya tuvo la oportunidad de disponer de las colecciones reales para su estudio sino que además pudo retratar tanto a la familia real como a los miembros de la aristocracia madrileña.
El retrato de la Condesa de Chinchón pertenece precisamente a esta época. Goya tan sólo llevaba un año ejerciendo como pintor de Cámara y recibe el encargo de representar a la joven María Teresa de Borbón y Villabriga, la prima del monarca y a la que Goya tenía un especial cariño ya que la había visto crecer.
La Condesa tan sólo contaba, en el momento de su retrato, con veintiún años de edad y ya llevaba tres años casada con el primer ministro Manuel Godoy. Su retrato es motivo de celebración al encontrarse encinta esperando su primera hija, Carlota.
La joven aparece sedente en un sillón de la época y situada en un fondo neutro y oscuro, una vaga alusión a su situación sentimental. Muchos historiadores consideran este retrato como una de las mejores obras de Goya, su trasfondo va mucho más allá de ser un simple retrato. La joven es el centro de la composición, y aunque su posición está situada frente al espectador ella gira su cabeza pensativa. La composición piramidal encuentra su base en el vestido y la cúspide en la cabeza de la joven.
Aparece ataviada con ligero vestido blanco y de puntillas azuladas que destaca sobre el oscuro fondo; su pelo rizoso se escapa entre un sombrero con espigas verdes, símbolo de fecundidad. Sus manos se cruzan en la zona de su vientre donde el embarazo ya se deja ver. Aparentemente el retrato es el lienzo de una bella joven de la alta sociedad que espera su primer hijo, sin embargo el trasfondo psicológico que se esconde bajo su mirada va mucho más allá.
La condesa esboza una ligera sonrisa que apenas resulta creíble, su perdida se aleja de la realidad y acepta su inevitable destino condenada a un matrimonio con un hombre que no la hace feliz. La ausencia de ningún elemento adicional hace que el espectador deba centrarse en la representada y nos obliga a atender con minuciosidad a cada uno de esos detalles.