La estampa japonesa
El auge de las estampas japonesas se sitúa en torno al siglo XVIII favorecidas por el enriquecimiento de la burguesía acaudalada, aunque no lo suficiente como para hacer decorar sus casas por los pintores más renombrados. Así, sin preocuparse por poseer obras únicas, los burgueses japoneses desempeñaron con los artistas de su tiempo el papel de auténticos mecenas.
Desde el S XVII se realizaban Japón grabados sobre madera (al estilo de la xilografía occidental) con una técnica particular. La estampa japonesa es una técnica compleja de xilografía pues, además del dibujo, se debe imprimir la estampa tantas veces como colores tenga. El dibujo era ejecutado por el pintor con tinta, sobre una hoja de papel que después se pegaba en una plancha de madera; el grabador empezaba entonces su trabajo tallando la madera, grabando para cada color una plancha de acuerdo con la primera, luego, el papel definitivo de tiraje se aplicaba sobre todas las planchas. El impresor trabajaba a continuación con una prensa, y según la fuerza dada a la misma, obtenía matices en los degradados y en las intensidades de color.
Inicialmente se hacían en blanco y negro, pero posteriormente se fueron introduciendo colores. Primero se colorearon a mano con rojo, amarillo, azul y verde y enseguida, dándose cuenta de la insuficiencia de estos colores, a partir del siglo XVIII los utilizaron el procedimiento del “laqueado” de las estampas, con el propósito de conseguir un aspecto brillante, mezclando los colores con cola.
Un último perfeccionamiento supuso imprimir de forma sucesiva una gama completa de colores en la misma estampa.
Se ha dado a estas pinturas que parecen haber sido compuestas con rapidez a impulsos de la inspiración del momento, el nombre de “Ukiyo-e” o “pinturas del mundo flotante”. Los pintores de este estilo, reivindicaron su pertenencia exclusiva al Yamato (antiguo nombre del Japón) y, rechazando cualquier herencia que los vinculase con la pintura china de la que parte la pintura japonesa, crearon un arte típicamente japonés. Observando atentamente, pintaron la vida del pueblo con realismo, muchas veces con humor y mucha ternura, incluso en la evocación de los paisajes se detecta este mismo y nuevo sentimiento de verdad. Con él tendieron a la burguesía un espejo en el que ésta se vio reflejada.
Despreciada por la nobleza, esta escuela tuvo un éxito clamoroso entre la gente a la que se dirigía. Los problemas de una amplia difusión, jamás planteados hasta entonces, llevaron curiosamente a tomar del budismo lo que más contribuiría a divulgar las imágenes “de una vida fácil, de un mundo efímero y móvil”: la técnica de la estampa, practicada por los monjes budistas desde el s. VII.
Los temas favoritos son generalmente amables, de la vida cotidiana, de mujeres, actores (Kabuki) o paisajes, entre los que destacan las vistas del Fuji. Por su frágil belleza, dichas asuntos expresaban plenamente el mundo efímero que el “Ukiyo-e” deseaba fijar por un instante: hojas mecidas por el viento, el movimiento de las olas del mar, un gesto detenido a medio camino, etc.