La muerte de Germánico de Poussin
El pintor francés Nicolas Poussin posiblemente sea el más clásico de todos los pintores barrocos. Y lo es por obras como esta de La muerte de Germánico que hoy cuelga en las salas del Instituto de Arte de Minneapolis, en Estados Unidos. Si bien la obra la hizo originalmente durante su estancia en Roma, y este fue en concreto el segundo encargo que recibió de la poderosa familia de los Barberini, y lo ejecutó en el año 1627.
Para su representación se basó en el relato del historiador romano Tácito, quién cuenta todas las sospechas que rodearon la muerte del general Germánico, el cual contaba inicialmente con el apoyo de su padre adoptivo, el emperador Tiberio, así como era nieto del gran Marco Antonio. De hecho, aquel suceso desencadenó su serie de disturbios en la capital del Imperio, y para muchos fue el principio del fin del esplendor romano.
Poussin nos presenta el hecho como si se tratase de un friso clásico. Dispone todos los personajes en una franja de la tela, si bien aquí cada personaje se identifica y personaliza por los vivos colores de sus prendas. Unos colores que todavía contrastan más con el blanco y el gris que rodean al general y cónsul moribundo, seguramente caído por envenenamiento, aunque nunca se pudo probar.
Todos esos personajes son los amigos y los subordinados que están jurando venganza. Y entre ellos destacan en un lateral, la figura de su esposa Agripina, y también la de su pequeño hijo Calígula, que llegaría a ser emperador.
Un acontecimiento que el autor ubica en un palacio de hermosa arquitectura, dándole un escenario importante al hecho. Si bien ese tono grandilocuente, Poussin sabe hacerlo sumamente natural en las poses y gestos de sus personajes. Esa es una de las cualidades de este artista, su capacidad para crear imágenes monumentales que al mismo tiempo son naturales.
Y otra cualidad excepcional de Nicolas Poussin es su dominio de la luz. Es una escena cargada de efectos lumínicos que se suceden de forma gradual y que generan contrastes de tono entre las distintas masas de color. No usa una luz dramática a base de claroscuros. Él es capaz de iluminar todo al mismo tiempo, dándole a toda rotundidad, pero también infinidad de matices.
No es extraño que con obras de arte como esta se convirtiera en uno de los pintores predilectos del Cardenal Francesco Barberini, para el que hizo numerosas obras durante años. De hecho, aunque durante un tiempo retornó a París por expreso deseo del Cardenal Richelieu quien lo intentó todo para que se mantuviera en la corte francesa, el artista nunca llegó a encontrarse bien allí, y regresó a su amada Roma, donde jamás le faltó el trabajo ni el prestigio. Además de que podía admirar sin descanso a sus pintores más queridos como Tiziano.