La pintura griega y la cerámica pintada (I)
Los griegos utilizaban la pintura mural como elemento decorativo de la arquitectura. La mayoría de las metopas, por ejemplo, estaban pintadas, no esculpidas. Un antiguo ejemplo de metopas pintadas lo encontramos en una hallada en el Templo de Apolo y Thermon de la segunda mitad del siglo VII antes de Cristo (actualmente en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas), que mide cerca de un metro cuadrado. Representa a Perseo corriendo llevando en una bolsa la cabeza de Medusa, cuyos grandes ojos sobresalen de la misma. Una serie de figuras que semejan ruedas dentadas enmarca la escena, decorándola. Es una metopa de barro cocido, pintada de negro con sombreado rojo y naranja (colores resistentes al fuego). El artista no trató de hacer una figura real, naturalista, tan sólo mostrar un hombre corriendo, como si fuese una especie de motivo decorativo. Este es prácticamente el único resto bien conservado de pintura a gran escala de este período, por lo que sería insuficiente para conocer la pintura griega. Afortunadamente, se cuenta con otra fuente de información, la cerámica.
Decorar un recipiente de cerámica es totalmente diferente a pintar sobre una superficie plana, pues el soporte está curvado, alejándose del espectador, dando como resultado la irregularidad de los perfiles. Los griegos, por tanto, no utilizaron el contorno de un recipiente como si fuese un marco de un cuadro, sino que ajustaron hábilmente sus diseños a los vasos o vasijas que decoraban.
En el siglo XVIII comenzó el estudio de la cerámica griega antigua y todas las vasijas recibieron el nombre genérico de “Jarrones”, pero hay que decir que la cerámica griega no se realizó para la decoración y casi nunca para colocar flores. Los vasos griegos pintados tenían cuatro finalidades principales, dando como resultado una variada tipología de los mismos. Los que servían como recipientes para contener y almacenar vino, agua, aceite y alimentos seco serán de dos tipos: los que tenían dos asas eran las “ánforas”, los de tres (dos laterales y otra trasera, para agarrarla mientras se vertía el contenido), usadas para el agua, se llamaban “hidrias”. Otro tipo eran los vasos para servir bebidas en las fiestas y, como los griegos bebían el vino diluido en agua, para mezclarlo usaban una especie de cuenco de boca ancha llamado “crátera”, para sacarlo a la mesa, una jarra llamada “oinochoe”, y para beberlo tenían unas tazas refinadas llamadas “kilix” u otras más modestas, unos tazones denominados “esquifos”. Un tercer conjunto lo constituían las vasijas usadas para el adorno personal. En el mundo griego antiguo el aceite de oliva no solo servía para cocinar sino también para alumbrar, para la higiene del cuerpo y como base para perfumes. Los principales recipientes para contenerlo en este tipo de usos eran el “lekitos”, recipiente de cuello estrecho para controlar la salida del líquido y una pequeña asa para sujetarlo; el “alabastrón”, un frasco pequeño con cuello muy estrecho, a través del que salían pocas gotas de perfume; el “aríbalo” era aún más pequeño y redondeado, tenía una correa para llevarlo o colgarlo, pues lo usaban los hombres para guardar el aceite de oliva con el que se frotaban después de realizar los ejercicios físicos. El cuarto grupo estaba constituido por los vasos especiales para usos rituales, como por ejemplo, el “lutróforo”, que servía para transportar el agua del baño ritual de una novia antes de su boda, o en ocasiones para colocar sobre la tumba de una persona soltera.