Las Vírgenes florentinas de Rafael
Rafael Sanzio (1483-1520), el pintor y arquitecto renacentista nacido en Urbino, se formó con toda probabilidad en el taller de Perugino, hasta que con veintiún años (en 1504) decidió trasladarse a Florencia, ya que en Urbino, a la muerte del duque Federico, gobernaban los Borgia, con lo que la corte entró en un período de decaimiento. Durante los cuatro años que permaneció en Florencia realizó un gran número de obras de arte de gran calidad, aunque habrá que esperar a su etapa romana, gracias al mecenazgo de Julio II, para que el genio se muestre en todo su esplendor.
En esta etapa florentina se fija en el estilo de los dos grandes maestros Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, tomando del primero la técnica del sfumato y del segundo sus poderoso modelados, la disposición en profundidad y el enlace de los cuerpos entre sí. De sus obras de esta etapa se deduce ya el potencial que ofrece como artista, destacando sobre todo por pintar una serie de “Madonnas”, realizadas al óleo sobre tabla. En estas “Vírgenes con Niño” se funde en un perfecto equilibrio el sentido renacentista de la belleza con el idealismo neoplatónico y la devoción cristiana. En ellas Rafael se muestra como un perfecto ejemplo del equilibrio clasicista del siglo XVI, con gran sentido de la medida, la simetría y la claridad compositiva, la plasmación de la belleza ideal, las luces diáfanas y el encanto en el uso del color.
En la “Madonna del Gran Duque” la dulce imagen de María emerge del oscuro fondo sujetando tiernamente al pequeño Jesús entre sus manos. En la manera de hacer todos los pasos del cuadro, se observa la influencia del sfumato leonardesco, sobre todo en como está construido el rostro de la Madre. Demuestra su gusto y preferencia por los colores complementarios, en este caso al representar a María vestida de rojo y cubierta por un manto azul, buscando siempre el equilibrio entre la gama cromática. La composición es equilibrada, estática, triangular, como las de Leonardo.
En la “Virgen del jilguero”, nos presenta a María acompañada del Niño y San Juan (también niño), dibujando un perfecto triángulo, semejante a su vez a los que solía utilizar Leonardo. En el estudio de la luz también se deja ver la influencia leonardesca, predominando el esfumato en los rostros y en los fondos, mientras que en el estudio del modelado se deja sentir el conocimiento de Miguel Ángel, como se puede apreciar por ejemplo en las rodillas de María, voluminosas y prominentes. Es un ejemplo que posee el encanto poético de estas primeras obras rafaelescas, en los rostros, las poses en la gama cromática caracterizada por la alternancia clasicista entre rojos y azules, en la luz uniforme, alegre y clara, ya que es cenital (con un claro simbolismo de la divinidad).
En la “Madonna de la casa Tempi” representa a María en una imagen muy maternal en la que abraza tiernamente a su hijo, ante un paisaje con un claro cielo. El manto de la Virgen está hinchado, probablemente para indicar movimiento o el impacto del viento La composición es totalmente triangular, equilibrada, clasicista, en suma.
En la “Virgen de Terranova” complica un poco la representación, ya que se trata de un tondo inscrito en un cuadrado, en le que los personajes se sitúan ante un paisaje rocoso. María sostiene al Niño que juega con San Juan también niño (San Juanito), mientras un angelito los contempla. Se trata de un claro homenaje o inspiración en la obra de Leonardo “La Virgen de las Rocas”.