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Madame Cezanne en el invernadero

Publicado por A. Cerra

Hortense Fiquet (1850 – 1922) fue la esposa de Paul Cézanne, con la que tuvo su único hijo el artista, pero además fue a la mujer o modelo que más veces retrató a lo largo de su carrera. Lo hizo hasta en 29 ocasiones, y una de ellas es este cuadro que le hizo en 1890 y que hoy en día se conserva en el MoMA de Nueva York.

Solo por la constante presencia como modelo, ya la tendríamos que considerar una parte importante en el desarrollo artístico del pintor postimpresionista. Pero además fue clave como parte de su vida. Y es que ambos comenzaron una relación de amor incondicional no aceptada por la familia de Cézanne. De hecho, tuvieron un hijo antes de casarse e incluso una vez casados vivieron un tiempo en casas separadas.

Aquí vemos a Madame Cézanne convertida en un auténtico monumento, una cualidad muy del pintor. Y mientras en otros retratos de esta época, Cézanne cada vez prescinde más de los rasgos expresivos en las figuras, incluso haciendo desparecer las miradas, para hacerlos más escultóricos, en este caso ha sabido combinar esa búsqueda de la monumentalidad con la expresión. Aunque muy sutil. La consigue con el elegante ladeo de la cabeza, rompiendo la rigidez y dejando intuir una sonrisa. Si no buscamos tanto los rasgos, podemos ver que cada parte son volúmenes geométricos, y ese rostro es un óvalo, ladeado, creando una diagonal respecto al eje recto del cuerpo. Y es que con los retratos, Cézanne va llevando una evolución paralela a sus bodegones, y con todo ello está dando las pautas para lo que después inspirará a los artistas del Cubismo.

Al acercarnos al cuadro se puede apreciar que cada bloque del cuerpo puede aislarse perfectamente del resto. Algo que consigue gracias al color y sobre todo al modo en que va aplicando sus pinceladas en distintas direcciones, con lo que le da más volumen todavía a esa forma de inspiración geométrica.

Por otro lado y paradójicamente, lo que puede parecer contundencia y seguridad, también se puede interpretar como inseguridad. Ese aplicar pinceladas en todas las direcciones y cada vez menos cargadas de pintura, como dudando, es un rasgo de duda. Al igual que dejar en los contornos de las formas trozos sin pintar, dejando ver en la parte de atrás el lienzo, algo así como luego ya resolveré esa parte, pero nunca lo hizo. Transmite la idea de que nada es definitivo y que está en una rectificación continua. Unas dudas que también plasmó por escrito, diciendo que cada ver le era más difícil “materializar” las figuras.