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Madonna de la silla

Publicado por Laura Prieto Fernández

Tradicionalmente acostumbramos a ver las Madonnas como composiciones sencillas y amables en las que se representa a María como una madre amorosa junto a su hijo y otros elementos que o personajes que completan la composición. De esta manera es habitual encontrar entre las madonas a San Juanito, algunos ángeles o incluso a San José, aunque en este último caso, ha de considerarse más una Sagrada Familia que una Madonna.

No obstante mucha de estas amables pinturas tienen un significado más profundo como ocurre con la obra de Rafael que aquí analizamos y que se conoce como la Madonna de la Silla. Si bien es cierto que muchos autores han vinculado a las madonnas como una prolongación en el tiempo de los tradicionales theotokos de origen bizantino esto es, la Virgen María coronada y entronizada como asiento de Jesucristo. Un formato que se pone de relevancia en esta pintura de Rafael al situar a la Virgen y al Niño sobre una silla que da nombre a la composición.

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Rafael de Sanzio fue uno de los pintores más destacados de la estética renacentista italiana (1483 – 1520) aunque también destacó por sus trabajos como arquitecto y teórico de las Bellas Artes. Desde muy joven Rafael se sintió atraído por el mundo de la pintura y pronto demostró sus habilidades que cautivaron a algunos de los comitentes más importantes de su tiempo trabajando tanto para la iglesia, famosos son sus frescos de las Estancias Vaticanas, como para los nobles más importantes de su tiempo. Además Rafael de Sanzio pasará a la historia por ser uno de los pintores que formaban la conocida triada renacentista, los tres artistas más destacados de Renacimiento junto con Miguel Ángel y Leonardo.

En esta ocasión el artista nos presenta una obra de formato circular muy popular en la época que remitía a las antiguas medallas religiosas. La pieza mide unos setenta y dos centímetros de diámetro y fue realizada en la primera década del siglo XVI, en torno al año 1514. En ella María aparece abrazando amorosamente a su Hijo, con sus brazos lo atrae hacia ella y lo cobija bajo su rostro. El Niño por su arte, se deja querer por su Madre; el artista no ha representado a un bebé, más bien a un niño de unos dos o tres años, regordete y con el pelo despeinado y rizado.

Junto a ésta entrañable escena aparece en un segundo plano un pequeño San Juanito del que tan solo se ve medio cuerpo y que junta sus manos en una plegaria y eleva sus ojos al cielo en señal de súplica como si rogase que no se cumpliera el fatídico destino que le aguarda al pequeño niño.

En esta composición María es además, un símbolo de la Iglesia que acoge en sus brazos a todos los cristianos y los guarda de cualquier peligrosa como una madre amorosa hace con su propio hijo, de esta manera los cristianos se convierte en parte de una comunidad mayor.