Madonna Duran
En algunas pocas ocasiones, la destreza de los artistas es tal que consiguen conjugar en una sola obra distintas disciplinas artísticas, en este sentido debemos señalar que el pintor flamenco Roger Van der Weyden, es uno de los artistas que mejor ha logrado plasmar en sus piezas pictórica las características de una escultura. Muchas de las pinturas de este genial artista del renacimiento han adquirido la volumetría de auténticas esculturas, un hecho que ya lo había conseguido con una de sus obras maestras, El descendimiento que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid y que de nuevo podemos observar en la obra que aquí analizamos conocida como Madonna Durán o Virgen sedente con manto rojo y Niño.
En realidad, no son muchos los datos que conocemos acerca del origen de la pieza, pero lo que sí parece cierto es que la pieza debió de generar un éxito considerable en Europa a juzgar por las múltiples copias que se realizaron; no obstante, los expertos creen que la mayoría de estas versiones no debían de provenir de la tabla original si no más bien de algún boceto o dibujo preparatorio por las pequeñas diferencias que hay con respecto a la pieza final. Lo que resulta innegable es que ya a finales del siglo XIX, concretamente en el año 1899, la obra pertenecía a la colección de Pedro Fernández Durán -de ahí el apelativo de Madonna Durán- quien la adquirió con el fin de decorar su Palacio de Boadilla en Madrid y que años más tarde se donó al Museo del Prado de la capital donde ha permanecido hasta hoy.
Según los expertos nos encontramos ante un óleo sobre tabla de roble de formato vertical que mide unos setenta y siete centímetros de altura y cincuenta y tres centímetros de ancho. La Madonna pudo ser pintada entre 1435 y 1438 por las similitudes que presenta con otros lienzos de Van der Weyden.
Se trata de una escena amable en la que la Virgen María sostiene en cuello a su Hijo; el Niño está jugando con un libro sagrado, entretenido en pasar sus hojas mientras su Madre lo observa cariñosamente. La Virgen y el Niño aparecen recortados sobre un fondo negro y enmarcados por un arco gótico con tracerías decorativas pero especialmente relevante es el basamento redondeado sobre el que aparecen sentados los protagonistas y que se adelanta más que la hornacina dando la sensación de encontrarnos ante una pieza más escultórica que pictórica.