Medea de Anselm Feuerbach
La mirada del espectador en esta escena de forma inmediata se desplaza hacia la izquierda, hacia el enorme volumen que representa una Medea monumental con sus dos hijos. Está a un tamaño heroico, pero el acierto es que visualmente es algo plausible y proporcionado respecto a las otras figuras del cuadro, con una perspectiva muy interesante que los lleva a otros niveles y a otros tamaños.
En realidad todo en este cuadro de estilo clasicista es fruto de un valioso estudioso de composición por parte de su autor, el alemán Anselm Feuerbach (1829 – 1880). Por ejemplo, Medea se convierte en el apoyo de sus hijos y se reclina hacia la izquierda, como si alargara la tela. Mientras que los siete hombres están empujando con los pies metidos en el agua, su barca hacia la derecha, contraponiendo así las fuerzas centrífugas de la escena. Todo como si girase respecto a un eje central representado por esa figura completamente cubierta por un sobrio manto marrón que ocupa el centro de la obra y que aporta equilibrio al conjunto.
Lo curioso es que la escena, sobre todo la parte izquierda protagonizada por la mujer y los dos niños es de lo más maternal. Pero en cambio, tal y como conocemos la historia de Medea, originada en el teatro de la Grecia Antigua, la verdad es que no se trata de un relato familiar y alegre. Todo lo contrario, se nos cuenta un infanticidio.
Su historia se sitúa en un reino del Cáucaso, a orillas del mar Negro. Ese reino era el de Cóloquida, y para los griegos era un territorio incivilizado. Sin embargo, era el lugar donde se guardaba el célebre vellocino de oro que buscaba Jasón durante su viaje de los Argonautas.
Al llegar allí, Jasón y Medea se enamoraron y emprendieron juntos el reto de superar varias pruebas para lograr el vellocino de oro, que no era otra cosa que una famosa piel de carnero. Lo lograron y se fueron de Cóloquida a seguir viaje por otras islas griegas. Y en ese periodo tuvieron dos hijos. Pero con el tiempo Jasón la abandonó y Medea se tomó muy en serio semejante ofensa. No podía volver a su tierra y tampoco contaba con el apoyo de los griegos, que la seguían considerando una bárbara sin civilizar. Así que ante tal situación decidió vengarse.
Esa venganza fue apuñalar a los hijos de Jason, así como consiguió envenenar a la mujer con la que se había ido su amado. Una tragedia griega en toda regla, y Feuerbach nos cuenta los momentos previos. Eso sí, con detalles que anticipan el triste final, como la cabeza de caballo muerto sobre la arena, o la mujer del manto marrón, posiblemente una nodriza que se tapa la cara y llora desconsolada para no ver lo que en breve va a ocurrir.