Monje frente al mar de Friedrich
Este óleo pintado sobre tela en el año 1809 por el artista alemán Caspar David Friedrich se expone actualmente en el Palacio de Charlottenburg de Berlín. Y como siempre en las obras de Friedrich es una de las mejores expresiones de los significó el arte del Romanticismo a comienzos del siglo XIX.
Vemos un paisaje grandioso, con tendencia a lo sublime. Y sin embargo la pequeña figura del monje en la misma orilla del mar parece ser la protagonista de la escena. Posiblemente la intención del artista fuera que nosotros, los espectadores, nos sintiéramos identificados con ese pequeño monje. Que nos viéramos empequeñecidos ante esa naturaleza y descubriéramos que ni siquiera somos el centro del mundo, ya que el personaje está abajo respecto al centro de la tela y ladeado hacia la izquierda.
Además, es importante destacar que el monje no sólo parece pequeño en comparación con la inmensidad del paisaje, sino que también parece estar absorto en la contemplación de la naturaleza, como si estuviera en una especie de trance místico. Esto es una característica común en las obras de Friedrich, donde los personajes a menudo parecen estar en un estado de introspección o contemplación profunda.
Es decir somos nosotros los que estamos en ese acantilado amenazante, con una atmósfera que anuncia una fuerte tormenta, quien sabe si una tempestad.
Ese protagonismo del paisaje, un paisaje con una climatología agresiva es algo habitual en los cuadros de C. D. Friedrich. Al igual que son habituales los tonos fríos en sus pinturas y los fuertes contrastes. Unos elementos que siempre nos provocan cierta melancolía, y es que uno de los objetivos de este arte es conmover al espectador, provocarle ciertas sensaciones mientras contempla un auténtico espectáculo de la naturaleza.
La obra también puede ser vista como una reflexión sobre la relación entre el hombre y la naturaleza. En este sentido, el monje puede ser visto como un símbolo de la humanidad, pequeña e insignificante en comparación con la inmensidad y el poder de la naturaleza. Esta interpretación se alinea con las ideas del Romanticismo, que a menudo enfatizaba la insignificancia del hombre frente a la naturaleza.
Y por otra parte diversos historiadores han querido ver aquí un mensaje un tanto pesimista, con esa tormenta que se acerca. El hombre está desamparado ante la tormenta, ante el futuro.
No obstante, todo eso lo vemos hoy en día, porque cuando se expuso por primera vez la tela, aquellos que la vieron se quejaron porque dijeron que no distinguían nada en esa imagen. Algo que de alguna forma fue provocado por el pintor, ya que otra interpretación es que quiso pintar el vacío, y para ello se valió de la bruma, el cielo, el mar y el abismo al que se supone que se está asomando el diminuto monje.
Sin duda, más allá de sus mensajes, iconográficamente es una obra de una tremenda modernidad. Ha desparecido el horizonte y la profundidad. El espacio en la tela crece de manera lateral e incluso superficial. Cualquier recuerdo de la perspectiva clásica ha desaparecido, se lo ha tragado la propia bruma del paisaje. E incluso el hombre puede ser envuelto de esas misma niebla y desaparecer, ya que el ser humano, en este momento de la Historia del Arte, ha dejado de ser la medida de todas las cosas.