Odalisca con tambor de Matisse
A Henri Matisse, pintase lo que pintase, lo que le interesaba era la pintura en sí, las relaciones de color y su fuerza. Por eso se le considera el gran maestro del Fauvismo. Pero además también se interesaba por la forma, e incluso por el contenido. Y uno de sus favoritos era el cuerpo femenino al cual le encantaba rodear de una atmósfera de tono y lujo oriental. Tal y como él dijo una magnífica excusa para “pintar desnudos, procurando que no sean artificiales”.
Un ejemplo es esta obra de 1926 que hoy guarda el MoMA de Nueva York. Con ella sigue indagando en las estructuras de las formas y las composiciones, y recurre a colores de enorme densidad. Esa es la magia del cuadro, que sin duda el fuerte color llama la atención pero también tiene un protagonismo portentoso el volumen de esa mujer desnuda sentada en la butaca, elegante y provocadora al mismo tiempo.
El rojo encendido del suelo es de una enorme fuerza y la traslada a la butaca, a franjas verdes y amarillas verticales. O sea está creando un entramado entre colores puros y complementarios, sobre el cual todavía destaca más el desnudo de la mujer encarnado y con juegos de luces, sombras y brillos.
Además aunque el color sea el rey en la pintura de Matisse, el dibujo, los perfilados y los silueteados cobran un valor inusitado.
Él mismo lo constató y dejó escrito que “hay que perseguir el dibujo de la línea, el punto donde debe entrar o morir. Y estar siempre seguro de su procedencia: esto hay que realizarlo sobre el modelo. Es de gran ayudad imaginar un eje central en la dirección del movimiento general y construir todo alrededor, las curvas y los contornos pueden perjudicar al volumen.” Y desde luego si nos fijamos en cómo está pintada y dibujada esta mujer, sin duda que es una materialización de sus preceptos. Porque su búsqueda del volumen está más que lograda.
Parece algo rápido, pero está muy trabajado por parte del autor. Por ejemplo, la pose de la mujer es fruto de un largo estudio. Para empezar porque se vincula con algunas posturas clásicas. En este caso, con un brazo que enmarca su cabeza, y con las piernas en distintas posición como en una secuencia de movimiento que le permite dibujar una pierna casi completa, como si le diera un giro de 360 grados para captar la toda y plasmarla en volumen.
En definitiva, vemos aquí un Matisse de apariencia liviana, pintando casi un entretenimiento, pero sin duda es una obra pictórica de grandísima calidad.