La Desserte de Matisse
Henri Matisse (1869 – 1954) fue el más famoso de todos los pintores del movimiento fauvista, un grupo de artistas de variadas procedencias que se formó tras una exposición realizada en París en 1905.
El nombre de “fauves” se puede traducir al español como salvajes, y la explicación hay que buscarla en el claro desdén que estos pintores sentían hacia las formas de la Naturaleza, así como el rotundo predominio de los colores fuertes en sus telas, que les dan en muchas ocasiones una apariencia de violencia a las imágenes.
De todo ello, el pintor francés Matisse con obras como ésta titulada La Desserte y realizada en 1908 es una de sus máximos exponentes del Fauvismo. Y para lograr los característicos colores fuertes, Matisse estudió durante mucho tiempo las gamas del color. Y para ello no dudó en recurrir a influencias poco convencionales. Concretamente estudió los tapices de origen oriental, así como se acercó al arte del norte de África para saber cómo conseguían ahí esos tonos.
Por otro lado el concepto artístico de Matisse fue en su momento extraordinariamente peculiar. A él no le interesaba tanto transmitir una impresión visual como lograr transformar esa imagen en una especie de adorno. Sin duda, algo revolucionario en su tiempo, mientras que esta idea en la actualidad está de lo más extendida entre los artistas contemporáneos.
Por ejemplo, en esta obra de La Desserte el tema principal son las relaciones que establece entre el dibujo del papel de las paredes de la habitación y el tejido de los manteles con los diversos objetos repartidos sobre la mesa. Hasta la figura humana de la mujer y el paisaje que se ve desde la ventana se han convertido en parte de ese esquema, de ahí que los contornos de la mujer y de los árboles se simplifiquen para que cuadren estilísticamente con los dibujos de la pared.
Observando la tela se produce un efecto decorativo similar al que producen algunos dibujos infantiles, especialmente debido al empleo de colores brillantes envueltos por contornos muy simples.
En realidad, Henri Matisse y el grupo de pintores fauvistas intentaron desvincularse y librarse de cualquier tradición pictórica anterior, para conseguir ver y mostrar el mundo con ojos vírgenes. A diferencia de otros movimientos de la vanguardia artística de la primeras décadas del siglo XX, ellos no tenían ningún afán científico, simplemente eran fieles a la sensibilidad y la fantasía, usando como principal medio expresivo el color. Incluso creando nuevas armonías de color, siempre a partir de los tonos más puros.
Esos colores les llevaron también a plantear nuevas formas, formas simples, discontinuas y en ocasiones sin valor propio, ya que únicamente era un complemento para los colores. Éste es el motivo de que se distanciaran de las formas de la Naturaleza y llegaran a esas elaboraciones sumamente sensibles y fantasiosas. De hecho, Matisse en más de una ocasión dijo que su arte se abandonaba a la fantasía, y para ello se libraba completamente del pensamiento.