Sofonisba Anguissola
El olvido en el que la historia del arte ha sumido la obra de esta pintora, es uno de los más claros ejemplos del como la nula consideración en la que se ha tenido a las mujeres a lo largo del tiempo, ha pasado por encima del rigor en el estudio. Pese a gozar de fama en vida, pronto cayó en el olvido y muchas de sus obras fueron atribuídas a otros pintores.
Sofonisba debe su peculiar nombre al gusto de su padre, Amilcare Anguissola por los nombres procedentes de la historia antigua de Cartago. Curiosamente, constituyendo una rareza en la época, su padre decidió educar a Sofonisba y a sus hermanas como a jóvenes prodigios del humanismo, ya que todas ellas practicaron música, pintura y alguna de ellas incluso la literatura.
Su primer maestro fue Bernardino Campi, con quien aprendió las labores básicas de preparar los lienzos o tablas, la imprimación, la obtención de los pigmentos requeridos, etc. La familia Anguissola procedía de la pequeña aristocracia de Cremona (Ducado de Milán), por lo que no estaba bien visto que las jóvenes aprendices de pintoras retratasen modelos, con lo que pronto se acostumbran a retratarse en familia, haciendo que sean retratos tiernos, de momentos íntimos, captados en momentos cotidianos, como por ejemplo el retrato que Sofonisba pinta de su hermano Asdrúbal con unos dos años llorando, al tiempo que una de las niñas trata de consolarlo. También empezó a retratarse a si misma, al igual que muchos de los grandes pintores de la historia, utilizando su imagen para experimentar e indagar en los senderos del arte. Se conservan autorretratos suyos desde los quince o catorce años hasta los casi noventa años.
Tras pasar unos tres años aprendiendo con Bernardino Gatti, su segundo maestro, a mediados de siglo XVI, en 1554 (cuenta entonces con 21 años) decide viajar a Roma para aprender de los grandes artistas que allí trabajaban, sobre todo con el maestro Miguel Ángel, que aunque ya pasaba de los setenta años, seguía trabajando para el Papado y dominando el panorama artístico. Durante los dos años transcurridos en Roma, el maestro ayuda y aconseja a la joven Sofonisba. Se conservan dos cartas de Amilcare Anguissola dirigidas a Miguel Ángel, en las que le agradece el trato y atenciones que éste dispensó a su hija. Durante ese tiempo transcurrido en Roma, su fama como artista comenzó a crecer, incluso uno de sus autorretratos fue adquirido por el Papa Julio III. Probablemente fue aquí donde la conoció Vasari, quien la cita en su libro “Vidas de los más sobresalientes arquitectos, escultores y pintores”.
Tras su estancia en Roma viaja a otras ciudades como Mantua o Milán, donde contactó con el Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, del que pintó un retrato hoy perdido, que supuso su contacto con la corte de España. En aquel momento se estaba gestando la tercera boda de Felipe II con la jovencísima Isabel de Valois, que mostraba un gran interés por la música y las artes, motivo por el que el monarca decidió que una mujer de talento como Sofonisba sería adecuada como compañera de la reina. Es realmente curioso el que hubiera que buscar una justificación de su presencia en la Corte sin “manchar” la honorabilidad de los Anguissola, que aunque humildes, seguían siendo aristócratas, por lo que no podían atribuir a Sofonisba ninguna ocupación “utilitaria” (ese tipo de prestación correspondería a personas de extracción social más baja). Así pues, pese a ser de la baja nobleza, residió en España en calidad de “dama de honor” de la reina desde 1559. En estos años se mantuvo muy activa como retratista, tanto de la familia real (la reina, el rey, las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina, el príncipe Don Carlos) como de diversos personajes de la corte. Gran parte de estos retratos, expuestos en varios museos y colecciones fueron los atraídos a otros pintores como Tiziano, Sánchez Coello o Pantoja de la Cruz.
En 1568, fallece Isabel de Valois, pese a lo cual Sofonisba continúa en la corte, lo que demuestra la alta estima en la que la tenía el monarca, que incluso consigue que la pintora se case con un caballero de la alta nobleza siciliana, Don Fabricio de Moncada, actuando el mismo como testigo de la ceremonia. En 1573 Sofonisba partió hacia Sicilia, y poco sabemos de ella en los cinco años que duró este matrimonio.
Volvemos a tener noticias de ella con motivo de su segunda y polémica boda con Orazio Lomellini, un hombre del que poco se sabe, solo que era el capitán del barco en el que la pintora viajaba cuando enviudó para regresar a su casa paterna. La boda no gustó en el entorno de Sofonisba, ni en su familia ni en la de su difunto marido, ya que al inferior rango social de Orazio le sumaban como inconveniente la mayor juventud de éste frente a Sofonisba. Pese a esto, el matrimonio se instaló en Génova donde la pintora vivió hasta los noventa años y siguió trabajando, pintando retratos y también cuadros religiosos, dentro del espíritu creciente de la Contrarreforma. Allí recibía visitas destacadas, como la de la infanta Isabel Clara Eugenia y parece ser que enseñando su arte a algún discípulo. En 1615 se trasladó a Sicilia donde está documentada una visita que le hizo el entonces jovencísimo aprendiz de Rubens, Van Dick, que le hizo dos retratos y anotó en su diario la profunda impresión que le causó la artista. Hasta 1620 siguió trabajando, pues de esta fecha es su último autorretrato, quizás su última obra. Falleció en 1625 en Palermo, dejando una obra artística de calidad, pronto olvidada por los historiadores, rescatada en las últimas décadas y devuelta al lugar que le corresponde.