Basílica de Notre Dame de la Garde
El siglo XIX fue el siglo de los estilos neo- especialmente en el mundo de la arquitectura. Hubo un arte neoclásico, el neogótico, neorrenacentista, etc. Y también una arquitectura neobizantina. Y dentro de esa corriente, uno de los ejemplos más fantásticos puede considerarse la Basílica de Notre Dame de la Garde en la ciudad de Marsella, en la costa mediterránea del sur de Francia.
En la colina donde se asienta este templo, antes hubo otro medieval, que a su vez se reconstruyó en el siglo XV. Y además había un bastión militar histórico. Sin embargo en el año 1853 se decidió construir el gran templo que se observa hoy en día. Y es que para entonces su popularidad era enorme, y hasta se había convertido en lugar de peregrinación.
El proyecto recayó en el arquitecto Henry Espérandieu y decidió recurrir al estilo neobizantino, usando tanto los mármoles de colores como dejando en su interior amplios espacios para la instalación de numerosos mosaicos, algo que inmediatamente se vincula con los grandes templos bizantinos como la iglesia de San Vitale en Ravenna en Italia.
Toda esa decoración, que da impresión de riqueza debido a la abundancia de tonos dorados, contrasta enormemente con la cripta de la basílica. La cual está excavada en la propia roca y tiene una ornamentación tremendamente austera.
En realidad es lo más sobrio del conjunto, ya que en Notre Dame la Garde todo tiende al exceso. Por ejemplo el alto campanario que se eleva más de 40 metros sobre la entrada del templo. Y por si fuera poco, en su parte más alta hay una escultura de la Virgen María de unos 11 metros, toda ella dorada. Una obra del escultor Eugène Louis Lequesne. Sin duda esa presencia tan potente, la convierte en un hito del paisaje urbano de Marsella. Es como si protegiera a la ciudad, y de hecho los marselleses la llaman la Bonne Mère, o sea, la Buena Madre.
Pero volviendo al interior, hay que citar que también llaman la atención los muchos exvotos que van dejando año tras años los fieles, muchos de ellos vinculados con el mundo del mar. Por eso aparecen por ejemplo pequeños barcos colgando por las capillas del templo. De esta manera el conjunto es de lo más llamativo y recargado. El mármol blanco, rojo y verde, con los mosaicos por paredes y techos de la nave, el ábside o el transepto, más los exvotos colgantes dispuestos por cualquier rincón de la iglesia, convierten a esta basílica en el recinto sagrado más curioso y singular de Marsella.