Ermita de Santa María de Iguacel
Esta ermita en la cordillera de los Pirineos, en su vertiente española, es fruto de dos momentos constructivos diferentes. El primero es entre los años 1040 y 1050, y el segundo en torno al año 1072. Y pese a tratarse de un edificio de reducidas dimensiones, esa circunstancia de sus fechas de construcción lo convierte en un ejemplo muy interesante para comprobar la evolución de la arquitectura religiosa del Románico español.
La ermita se concibió como un templo de una única nave, con un corto y ligeramente más ancho presbiterio y una cabecera semicircular. Algo que sufrió ligeras modificaciones durante su segunda fase de construcción, aunque los principales cambios atañeron a los elementos decorativos de la iglesia, ya que de la fase original tan sólo ha llegado hasta nuestros días una moldura trapezoidal saliente entre los hastiales.
Esa segunda fase de construcción sin duda alguna está relacionada con la edificación del gran templo románico de esta zona del norte de España, la Catedral de Jaca, que dista pocos kilómetros de la ermita de Santa María de Iguacel. Y lo cierto es que en cuanto a sus formas y detalles arquitectónicos es fácilmente emparentable con el templo catedralicio, y además una inscripción en la puerta no deja duda respecto a las fechas, ya que se lee claramente la datación del año 1072.
Fue en este segundo momento cuando se añadió un pórtico y se incorporaron diferentes elementos decorativos en forma de columnillas y diversas molduras de clara influencia jaquesa.
En definitiva se trata de un importante eslabón en la evolución de la arquitectura románica, y más aún desde que investigadores norteamericanos la estudiaron en profundidad en la segunda década del siglo XX, cuando de alguna forma esta ermita se dio a conocer entre la comunidad científica de historiadores del arte medieval.
La ermita posee una portada en la que se ven cinco arquivoltas, dos lisas, una con palmetas en serie, otra a triple bocel y la última con billetes. Sobre ella y prolongada a lo largo de la fachada sur se encuentra una leyenda inscrita a lo largo de los sillares de la hilada, y es ahí precisamente donde se lee la fecha del año 1071.
Por el contrario, en la fachada occidental se aprecian dos contrafuertes enmarcando una ventana de medio punto. Un tipo de contrafuertes que también se ven en el sencillo ábside, donde además se abren tres vanos con arcos de medio punto en los que se observan columnas de basa ática y capitel, más una imposta corrida. Y en la cornisa se ven billetes sobre canetes que carecen de cualquier otra decoración escultórica.
En cuanto al interior, de aspecto más bien pobre, también se hallaron restos de pinturas murales románicas, así como la llamada Madonna de Iguacel en madera que según los investigadores podría datarse en el siglo XI en paralelo a la propia construcción de la ermita, o incluso podría ser un poco posterior. Lo que sí está claro es que es una escultura románica, como alguna otra figura tallada en piedra que se halló de similares características a las de la Catedral de Jaca, aunque de una calidad artística inferior.