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Oratorio San Felipe Neri

Publicado por Laura Prieto Fernández

A menudo la historia parece mostrarse ante nosotros de una manera caprichosa y una buena muestra de ello la encontramos en el siglo XVII cuando se impone la estética barroca en las construcciones arquitectónicas eclesiásticas. Hubiese podido parecer que tras los sucesos del Saco de Roma por parte de las tropas del emperador Carlos V y la posterior reforma luterana, el poder del papado en Roma había sido menguando pero en realidad, ocurrió todo lo contrario, el papado romano se levantó si cabe, con más fuerza e hizo como suyo un estilo artístico que le permitía hacer gala de su poder y ostentación, el estilo barroco.

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Pese a todo en la capital romana surgieron dos tendencias opuestas que se personalizaron en dos arquitectos concretos: Bernini y Borromini. El primero de ellos, trabajó casi siempre al servicio del papado y la realeza llevando a cabo obras más fastuosas en las que el amplísimo presupuesto de los promotores le permitía una libertad creativa y compositiva. Por otro lado Borromini adquirió encargos un poco más modestos, vinculados a órdenes monacales cuyo presupuesto no era tan holgado pero donde gozaba de mayor libertad compositiva.

Fue precisamente el estilo más sobrio de Borromini, centrado en los conceptos arquitectónicos más que en los decorativos, lo que llevó a la Congregación de San Felipe Neri a encargarle un nuevo oratorio. Éste debía levantarse junto a la iglesia madre de la orden conocida como Chiesa Nuova o Iglesia Nueva pero cuyo verdadero nombre era Iglesia de Santa María in Vallicella.

En tan sólo treinta años –desde 1637 a 1647- Borromini levantó un edificio con dos ejes transversales, del que él mismo señaló que trataba de buscar una planta que con los brazos abiertos abrazase a todos los fieles que allí se congregaban. En uno de los ejes, en el longitudinal, dispuso el altar mayor como punto de referencia, mientras que en el eje transversal situó la entrada al edificio. Además el arquitecto recreó una auténtica continuidad de espacios que le hacían pasar desde el oratorio a una sacristía y también una biblioteca; todo ello comunicado a través de un espacio ajardinado que se levantaba como nexo de unión entre las partes.

La fachada del edificio se muestra muy alejada de los parámetros barrocos tradicionales; se ha levantado en materiales sencillos (yeso, ladrillo y estuco) a petición expresa de la congregación pero también como una muestra de la sobriedad estética del artista. Con el mismo ladrillo el artista plantea diferentes texturas así como juegos cromáticos que otorgan a la fachada una gran belleza sin apartarla de la sencillez. El cuerpo principal se encuentra dividido por cinco retropilastras y en él encontramos esquinas achaflanadas que junto con el tímpano superior ayuda a recrear un juego de curvas y contra-curvas muy ágiles y ligeras.