Palacio del Parlamento de Bucarest
Todo lo que rodea a esta edificación en la capital de Rumanía es desmesurado. Para empezar porque es el segundo edificio más grande del mundo, y que su superficie construida de 340.000 metros cuadrados solo es superada por el edificio del Pentágono de Estados Unidos.
Se trata de un tipo de arquitectura que nos habla de otra época histórica y del fenómeno de la megalomanía que suelen sufrir los dictadores. En este caso nos referimos al dictador rumano Nicolae Ceaucescu que hizo proyectar en 1985 semejante construcción para albergar la sede de su poder político y administrativo. Y paradójicamente lo denominó Casa del Pueblo, pese a lo que supuso su obra para sus gobernados.
Para empezar por su presupuesto que se llevaba una parte muy grande del dinero del país. Y es que la obra es mastodóntica se mire por dónde se mire. Se decidió levantar una colina artificial que le sirviera de base y lo alzara más, de forma que fuera bien visible desde cualquier punto de Bucarest, la capital rumana. El emplazamiento elegido para tal obra supuso la demolición de miles de viviendas, una docena de iglesias, sinagogas, monasterios. Sin ningún reparo se desplazó o desapareció el hogar de unas 40.000 personas.
Todo ello para levantar un proyecto descomunal de un edificio con una base de 270 por 240 metros y una altura de 12 plantas, incluyendo cuatro subterráneas. Y en su interior más de 1.000 estancias, algunas gigantescas. Todo carísimo y con los materiales más ricos, mientras que la gran mayoría de su población vivía en una situación de pobreza.
No se sabe a ciencia cierta cuántos trabajadores realizaron la obra, ni cuántos fallecieron en ella. Ni siquiera se tiene seguridad del número exacto de los cientos de arquitectos e ingenieros que trabajaron a las órdenes de la joven arquitecta jefa: Anca Petrescu, que tenía tan solo 28 años cuando comenzó a dirigir este proyecto.
No es de extrañar que cuando murió Ceacescu y se puso fin a su dictadura, la obra no se hubiera acabado. De hecho, con la llegada de nuevos aires de libertad para Rumanía, las autoridades pensaron en demolerlo para destruir semejante símbolo del régimen anterior. Sin embargo, el coste de su destrucción era mayor que terminarlo. Al menos parcialmente, ya que ni siquiera hoy está completamente terminado y equipado, y muchas de su más de mil estancias no han sido usadas jamás.
Pero al menos se decidió cambiar el concepto del edificio, para que su interior, en el que también se había invertido muchísimo dinero para decorarlo, se aprovechara realmente por el país. Así que se decidió que se convirtiera en la sede del Parlamento, aunque dado su tamaño también allí está el Senado y hasta el Tribunal Constitucional. Además de que hay espacios habilitados para las visitas y hasta dos museos. Uno de arte contemporáneo y otro dedicado a hablar del Totalitarismo y el Realismo Socialista, para contextualizar tal edificio.