Teatro Colón de Buenos Aires
El Teatro Colón de la capital argentina se puede considerar uno de los mejores ejemplos de la arquitectura eclecticista que tanto en Europa como en Latinoamérica se realizó abundantemente a caballo del siglo XIX y el XX. Una arquitectura que como indica su nombre fusionaba elementos, conceptos y formas de otros estilos del pasado, creando algo nuevo a partir de lo antiguo.
Es decir un tipo de arquitectura propia de un momento en el que había muchos caminos creativos abiertos y todavía no se había establecido un estilo propio de la época moderna. Algo que además cuadraba a la perfección con el momento histórico de una Argentina emergente a la que no paraban de llegar emigrantes desde el Viejo Continente, cada uno trayendo todo su bagaje cultural.
Incluso el arquitecto que diseñó el proyecto del Colón era italiano. Se llamaba Francesco Tamburini (1846 – 1891) y era ni más ni menos que el director general de arquitectura de Argentina desde 1884. Y como tal recibió el encargo de construir un nuevo teatro para ópera que sustituyera a otro precedente que había en Plaza de Mayo.
Sin embargo, Tamburini tan apenas dirigió el inicio de las obras debido a su fallecimiento. Y como sustituto se encargó el trabajo a otro italiano, Vittorio Meano (1860 – 1904), quien obviamente se basó en su proyecto pero también introdujo ciertos cambios. Aunque lamentablemente tampoco vio la obra acabada, y al igual que su antecesor se murió cuando tenía solo 44 años.
Parecía una maldición, e incluso se pensó en parar la obra y no fue fácil encontrar un nuevo arquitecto, si bien finalmente fue Jules Dormal (1846 – 1924) quién retomó el trabajo, entre otras cosas porque ya tenía una edad mayor a sus predecesores.
De este modo, el Teatro Colón se concluyó en 1908, tras dos décadas de trabajos. El resultado sin duda es el buscado. Por un lado es un edificio de porte monumental, donde no faltan los ecos del Renacimiento y la arquitectura clásica. Eso en cuanto a su exterior, pero seguramente lo más espectacular y valioso está en el interior, sobre todo en su sala de conciertos.
Es una sala en forma de herradura, altísima y con capacidad para unas 3.000 personas. Toda ella diseñada para generar una de las mejores acústicas del mundo tanto para la ópera como para la música clásica.
La arquitectura del edificio por fuera y por dentro es magnífica y permite pasear entre arcos, capiteles, arquitrabes o molduras de ecos renacentistas, barrocos, italianos, españoles, alemanes, franceses,… Pero además de eso hay un repertorio ornamental a base de esculturas, relieves, bustos o pinturas con lo mejor de los artistas argentinos. Para comprobarlo, basta con mirar a la gran cúpula del teatro y descubrir la pintura de Raúl Soldi.