Tumba de Ciro II el Grande
El primer imperio persa o Imperio Aqueménida tuvo su momento álgido durante el reinado de Ciro II el Grande, quien extendió sus dominios desde prácticamente Egipto hasta el río Indo en el siglo VI antes de Cristo. Un personaje que ha pasado a la historia por su enorme poder y también por su ejemplar magnanimidad con sus súbditos. Y sin embargo, hoy en día la que se considera su tumba es un monumento más bien austero, y un tanto pobre para la inmensidad del personaje.
No obstante, es una obra de gran importancia por varios factores. Uno de ellos es ser la tumba de quién es. Otro por representar un modelo de tumba aqueménida diferente al que plasma el monumento de Naqsh-e-Rostam. También es importante obviamente por su antigüedad. Y por si fuera poco, es digno de mencionarse como la primera estructura arquitectónica construida con un aislamiento sísmico. Y a juzgar por su longevidad, parece que ha servido para evitar el derrumbe debido a terremotos.
Ese sistema consiste en realizar una sólida base de piedra que se cimenta en un estuco hecho con cal y ceniza. Y a partir de ahí se distribuyen otra capa con piedras grandes y pulidas unidas mediante grapas metálicas. Una estructura que puede vibrar si tiembla la tierra, impidiendo así el desplome.
Este monumento fúnebre se encuentra en el valle de Pasargada, en Irán, muy cerca de la que fue la capital imperial de Ciro II. Es una sencilla construcción realizada a base de grandes bloques pétreos. Alcanza los 11 metros de altura y en el interior había una sala mortuoria que ya fue desvlijada de sus tesoros en la Antigüedad, en tiempos de Alejandro Magno.
A pesar de su aparente sencillez, la tumba de Ciro II el Grande es un testimonio de la grandeza de su imperio y de su legado. La tumba, aunque despojada de sus tesoros, sigue siendo un lugar de peregrinación y respeto, y es considerada un símbolo de la identidad nacional iraní. Además, la tumba es un reflejo de la visión de Ciro II el Grande sobre la vida y la muerte, y su deseo de ser recordado no por su riqueza, sino por su liderazgo y su contribución a la civilización persa.
El edificio carece de ornamentación. Según las crónicas de Estrabón había una inscripción que de decía: “Caminante, yo soy Ciro, el que dio a los persas un imperio y fue rey de Asia. No me tengas rencor por este monumento”. Pero hoy ya no se ve nada de eso.
Se construyó tras la muerte de Ciro el Grande en el año 529 a. C, y a diferencia de otras tumbas persas que se excavaron, en este caso se puede ver una construcción que es una amalgama de estilos con influencias de origen babilónico, asirio, egipcio y de los famosos zigurats mesopotámicos. Hoy se ve algo muy sencillo, y se ha perdido parte de lo que describe Aristóbulo cuando entró a ella por orden del propio Alejandro Magno.
Él habla de una base de bloques cuadrados y sobre ellos otros rectangulares. En una de sus caras se abría una diminuta puerta adintelada, y a través de ella se llegaba a la cámara funeraria donde estaba el cadáver del fundador del Imperio Aqueménida descansando en un sarcófago de oro, rodeado de finas, con armas muy ornamentadas y joyas con piedras preciosas. Además de que las creencias persas habían hecho que se colocará ahí también un mesa perfectamente dispuesta con vajilla y comida por si en algún momento de la eternidad se volvía a despertar Ciro II el Grande.
La tumba de Ciro II el Grande es un recordatorio de la grandeza de un imperio que una vez gobernó gran parte del mundo conocido. Aunque la tumba puede parecer austera en comparación con la grandeza de su imperio, es un testimonio de la visión de Ciro II el Grande y su deseo de ser recordado no por su riqueza, sino por su liderazgo y su contribución a la civilización persa.