Cruz de The Cloisters
Esta misteriosa cruz románica datada entre los años 1150 y 1160 también se conoce como la Cruz de Bury St. Edmonds por ser ese el lugar de las islas Británicas donde se piensa que se realizó. Si bien en la actualidad forma parte de la colección del Metropolitan Museum de Nueva York.
Está tallada en marfil. Pero no marfil de colmillo de elefante, sino de morsa. Y la pieza tiene una altura de 58 centímetros por 36 de anchura. A lo largo de esa altura y de los brazos de la cruz hay talladas hasta 92 figuras a una escala muy pequeña, lo que no impide que sea un trabajo de estupenda calidad, para relatar en miniatura y con extraordinario detalle diversas escenas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Además de eso se identifican a diversos profetas y santos que portan rollos con 8 inscripciones en latín. Y pese al tamaño de esa letra, son textos legibles donde no es difícil encontrar declaraciones antisemitas, algo que delata el clima contrario a los judíos que había en la Inglaterra medieval.
De hecho, Bury St. Edmonds se encuentra muy próximo a la ciudad inglesa de Suffolk, donde hay constancia que muchos de sus habitantes judíos fueron asesinados a mediados del siglo XII y los que quedaron vivos tuvieron que abandonar la población en el año 1.189. No obstante eso no fue más que el principio de esta persecución que se propagó por gran parte del territorio inglés y que acabó con la expulsión definitiva de los hebreos en el 1.290 por orden del rey Eduardo I.
Por otra parte, los estudiosos de aquella época y el arte románico inglés han analizado en profundidad la complejidad de esas epigrafías y también de los personajes, llegando a la conclusión de que se labró para un monasterio.
De hecho se aprecian referencias culturales que no eran comprensibles por cualquier creyente, siendo necesaria cierta sofisticación y erudición tanto por parte de quién la talló como por sus poseedores para comprenderla. En definitiva, todo un programa teológico de enorme complejidad, casi más o menos similar al que se puede descubrir en los relieves que ilustran todo una fachada de ciertas catedrales románicas.
El trabajo en relieve ocupa las dos caras de la cruz. Por toda ella se disponen las figuras, aprovechando hasta el último resquicio de superficie, por lo que la composición es tremendamente intrincada, además de que se hace necesario trabajar a una escala pequeñísima, porque hay figuras de poco de un centímetro.
Por otra parte hay un juego geométrico, con placas cuadras en los extremos de los brazos y la parte alta, en cuya superficie se cuenta la Ascensión de Cristo en el caso de la cara frontal, mientras que en la posterior aparecen profetas con sus banderolas avanzando la futura Crucifixión de Jesucristo.