Gemma Augustea
Este enorme camafeo de época romana se ha convertido en la gran joya que atesora el Kunsthistorisches Museum de Viena. Un camafeo que posee unos relieves de gran calidad que en no pocas ocasiones se han comparado con el Ara Pacis o Altar de la Paz mandado crear por el emperador Augusto, quien también encargaría la realización de esta delicada obra de arte.
Estamos ante una pieza de ónice de un tamaño de 23 x 19 centímetros, y quizás fuera un poco más grande, ya que se aprecian ciertas fracturas o detalles incompletos. Unas pérdidas que no son de extrañar teniendo en cuenta que esta joya data de la primera mitad del siglo I.
La escena, en realidad son dos, se dedican a exaltar la dinastía augustea, por lo que es más que posible que la encargara el propio emperador, para exponerla de modo institucional en su palacio o en algún edificio público engastado en un marco de metal. Y es que hay que tener en cuenta que el coste de esta obra sería elevadísimo dada su calidad y que no cualquier escultor se atrevería a realizar un trabajo tan fino en semejante material. Y por otra parte la delicadeza y fragilidad del ónice es mucha como para que fuera un objeto que se moviera en exceso, por eso se piensa que estaría en un emplazamiento fijo.
El camafeo se divide en dos frisos tallados. En el superior aparece Tiberio, heredero y futuro emperador, que entra en escena en un carro triunfal y se detiene a saludar a Augusto que vemos sentado mayestático en un trono. Se supone que representa el regreso de Tiberio como vencedor de la victoria sobre los dálmatas en el año 9. También vemos a Germánico, otro de los miembros de la estirpe augustea y posible heredero, al ser sobrino de Augusto.
Vemos como todos miran al emperador, quién se identifica con Júpiter por el águila que hay bajo el asiento. A su lado está Livia, su esposa. Y aparece otra mujer, pero esta sería la Dea Roma, una personificación del Imperio Romano.
Y en el registro inferior, se ven unas figuras sentadas que representarían a los vencidos, los pueblos bárbaros alemanes, dálmatas y panonios. Mientras ellos están sentados, unos legionarios romanos levantan un trofeo militar. Todo ello ante la atenta mirada de una figura femenina con dos jabalinas, que sería la diosa Diana.
Pero más allá de los personajes representados o el tono laudatorio y cargado de simbología que plantea la Gemma Augustea, lo cierto es que estamos ante una obra escultórica de primerísima calidad. Con un tallado de suma delicadeza, teniendo en cuenta la características materiales del ónice, que no es un material fácil de trabajar, y menos aún para alcanzar este grado de minuciosidad en los detalles de los rostros, las ropas o los diferentes atributos como coronas de laurel o armamento.