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La originalidad de la escultura romana (I)

Publicado por Chus

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Pese a que los romanos dominaron a los griegos política y militarmente, se sintieron subyugados por sus manifestaciones culturales, tanto por las artes plásticas, como por la filosofía, poesía y el resto de la literatura. Así una serie de artistas, eruditos, pensadores, etc., trabajan con profusión para los romanos. En el campo de la escultura, se realizó una inmensa cantidad de las mismas durante el Imperio Romano (27 a.C.- 476 d. C.), aunque la mayor parte consistió en copias de estatuas originales griegas.

Aunque la escultura romana es a menudo vista bajo la profunda sombra de la influencia griega, no se debe olvidar el impacto significativo de la escultura etrusca en sus primeras etapas. Los etruscos, establecidos en el centro de la península itálica, contribuyeron con técnicas y estilos distintivos que los romanos posteriormente adoptaron. Destacaron por sus esculturas en terracota, especialmente notable en las decoraciones de templos y urnas funerarias. Esta influencia perduró en el deseo romano de crear esculturas que capturaran la herencia y tradiciones familiares, como se refleja en las “imaginae maiorum”. Estos rasgos, a su vez, sentaron una base cultural sobre la cual las posteriores esculturas romanas fueron construidas, enriquecidas posteriormente por las complejidades del arte griego.

Pero los romanos por tradición y temperamento eran muy distintos de los griegos. Éstos gozaban de la abstracción y de la generalización en el pensamiento y en el arte, en cambio los romanos, realistas y prácticos como eran, preferían lo específico, lo concreto y lo actual. En Grecia el retrato era mayoritariamente de hombres famosos, atletas, poetas, filósofos, gobernantes, etc. y, más que reproducir fielmente los rasgos del individuo concreto que había realizado tal o cual hazaña, representaban el carácter del mismo, o al menos el aspecto por el que dicho individuo había adquirido fama (así pues a los antiguos filósofos se les representaba barbados y mayores, representando sabiduría, etc.).

La escultura romana no solo se distingue por sus formas, sino también por su uso innovador de materiales y técnicas. Los romanos hicieron un uso extensivo del mármol y el bronce, materiales que les permitían tanto la creación de nuevas obras como la replicación fidedigna de esculturas griegas. La técnica del «lost-wax casting» les permitió realizar complejas esculturas en bronce, proceso que facilitó la elaboración de detalles intrincados y la producción en masa de bustos y retratos. Además, el uso de moldes de yeso para reproducir originales griegos muestra una faceta práctica inherente al carácter romano, logrando repetir y adaptar obras de distinta procedencia a sus propios contextos culturales.

Los retratos romanos en cambio podían ser de cualquier persona que tuviera medios, relaciones familiares o una cierta distinción para poder encargarlos y, lo que los romanos querían, era la imagen precisa de una determinada persona, su efigie, es decir, antes que lo genérico griego, la especificidad romana. Bajo la influencia del arte griego, los artistas embellecen un poco a los retratados, los “mejoran” respecto al natural, para que parezcan más altos, bellos o dignos, pero siempre manteniendo sus características peculiares, su particularidad tan altamente valorada por los romanos. Es posible que este gusto por lo específico del rostro venga de la antigua tradición de las “imaginae maiorum”.

El retrato romano no solo buscaba reproducir fielmente los rasgos físicos del individuo, sino que también obedecía a funciones sociales y políticas claramente definidas. En una sociedad donde la imagen pública y el estatus eran fundamentales, los retratos servían como herramientas de propaganda. Las caras severas o serenas de los emperadores, plasmadas en monedas y esculturas, eran un mensaje claro de autoridad y legitimidad. En el ámbito privado, las estatuas de antepasados ayudaban a consolidar el prestigio familiar, reafirmando la continuidad de linajes en la estructura social romana. Esta tendencia a reflejar tanto el realismo como el simbolismo político subraya la capacidad pragmática y el enfoque directo en las prioridades de la civilización romana.

Un impresionante retrato de Octavio Augusto, el primer emperador (27 a. C. – 14 d.C.), conocido como el “Augusto de Prima Porta”, nos sirve de ejemplo de lo que el escultor griego realizaba para un cliente romano. El Doríforo de Policleto era el cenit de la escultura clásica y, los romanos apreciaban el aire de serenidad y dignidad conferido a la figura, en parte por la pose perfectamente estudiada. Así pues se decidió realizar un molde destinado a la representación de Augusto, con la intención de que transmitiera a sus súbditos a la vez respeto y autoridad y fuese admirada por su control y gracia. Pero la estatua griega difícilmente podía ser tomada como modelo, ya que algunas de sus características no gustaban a la sensibilidad romana. En primer lugar, el Doríforo era una figura ideal, no una persona real, por lo que hubo que modificar su cabeza para que tomase los rasgos propios de Augusto, que se modelaron lo suficientemente bellos para reflejar la pureza de formas del Doríforo. En segundo, el atleta de Policleto estaba desnudo, lo que resultaba natural en la figura de un héroe griego, y era esencial para revelar la armonía de sus formas y su colocación en el espacio, pero resultaba impropio para un romano que posaba como guardián de las antiguas tradiciones de prosperidad y sobriedad. Por eso el escultor vistió al personaje con armadura y manto, aunque la armadura se realizó de forma tan ajustada que, aunque la decencia quedaba preservada, el modelado del torso permanecía claramente visible. En tercer lugar, el Doríforo carecía de enfoque y dirección, y no parecía correcto que el emperador romano «vagara» de forma tan imprecisa a través del espacio, ya que lo mejor sería dirigirse directamente a los espectadores, dominándolos. Así pues, se modificaron algunas poses del Doríforo, ya que se levantó la cabeza, se la hizo girar hacia delante y mirar hacia lo lejos, y se levantó el brazo derecho en posición de mando, para que, a través de la mirada y del gesto, como si se debiera a su fuerte personalidad, controlase el espacio que tiene frente a él. La estatua se colocó frente a una pared, con lo que el énfasis se concentra en el plano central, dejando los lados menos cuidados y el dorso prácticamente inacabado. Quizás es por eso por lo que al escultor que modeló esta estatua no le importó destruir la gravitación de Policleto levantando el hombro del mismo lado que la alzada cadera. Así el Doríforo quedó transformado en Augusto, es decir, la estructura clásica fue romanizada.