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La Catedral, Rodin

Publicado por Laura Prieto Fernández

Muchas veces a lo largo de la historia del arte nos enfrentamos ante obras que contienen una iconografía oculta o ya en las vanguardias artísticas cuya concepción viene determinada por un profundo argumento determinado por el artista, sin embargo pocas veces nos encontramos ante un objeto más sencillo y cuyo significado sea más complejo que en la obra de La Catedral de Rodin.

El artista francés mostró a lo largo de su carrera una inclinación especial por las manos, era por todos sabidos que Rodin almacenaba en su estudio un buen número de moldes de manos bien pertenecientes a sus propias esculturas o bien copiados de esculturas de otros artistas; sea como fuere lo cierto es que el escultor encontraba en la sencillez de sus formas un elemento comunicativo que en La Catedral llevó hasta sus últimas consecuencias.

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François Auguste Rodin (1840 – 1917) es uno de los escultores más destacados de la historia del arte, de hecho las esculturas de este artista están consideradas como un punto de inflexión en la concepción estatuaria y son el inicio de la escultura moderna. A lo largo de su vida no faltaron las múltiples disputas y las envidias que acusaban a Rodin de prácticas ilícitas para conseguir la perfección de sus obras no obstante, el artista fue un escultor de gran talento que en los primeros años de su formación se dedicó al profundo estudio de la anatomía, lo cual se plasmaba en sus esculturas. Rodin fue rechazado en la Academia de Bellas Artes de París por lo que hubo de estudiar en el Petit Ecole dedicándose a las matemáticas y el diseño sin embargo con el tiempo sus obras fueron muy afamadas.

A principios del siglo XX, en torno al año 1907, el artista esculpió una pequeña obra –apenas llega a los sesenta y cinco centímetros de altura y a los treinta de anchura- que se alejaba de las grandes producciones que solía diseñar. Se trata de dos manos, ambas la derecha, que se elevan y tratan de fundirse en una sola. En las manos –una de un hombre y la otra de una mujer- se aprecian las marcas de las herramientas con las que el escultor ha trabajado a la vez que se puede observar una fragmentación del cuerpo humano, una de las características más comunes en las obras contemporáneas.

Pero las manos que diseña Rodín son tan importantes como el vacío que se crea entre ellas, de hecho el artista empieza a contar con el espacio hueco como un elemento más de la propia obra, un concepto que después artistas como Pablo Gargallo llevarán hasta sus últimas consecuencias. De hecho, si la obra recibe el nombre de la catedral es porque ese espacio vacío generado entre ambas manos se asemeja con la estructura interior de una catedral gótica en la que la sección derecha e izquierda, confluyen en la clave de la bóveda. Muchos han querido ver en la disposición de estas manos unos orantes lo cual podría encajar con la concepción escultórica de la obra.