Los Viajeros de Bruno Catalano
El escultor francés Bruno Catalano (1960 – ) ha expuesto en varias ocasiones su serie de Los Viajeros. Se trata de figuras de individuos fragmentados, como rotos o incompletos, cada uno con sus distintas ropas y todos ellos siguiendo su propio camino. Esa idea de viaje el autor lo vincula con su propia biografía. Y es que Catalano vino al mundo en Marruecos, pero siendo un niño su familia se trasladó a Marsella, un cambio vital clave en su desarrollo. Llegó a Francia con 12 años, y él sigue teniendo esa imagen de llegar con una maleta a un lugar nuevo. Luego viajaría más, ya que durante un tiempo fue marinero, si bien acabó por convertirse en escultor, y casi por fortuna un galerista se topó con una obra suya y a partir de ahí ha vivido de su arte, teniendo como gran emblema estas figuras de bronce, que como él han viajado por medio mundo en distintas exposiciones temporales, tanto al aire libre como en galerías más convencionales.
Su “viajeros” son seres incompletos, tienen zonas llenas pero también vacías, y caminan para encontrar esas partes que les faltan. Son esculturas en movimiento, cargando con su vida, sus sentimientos, sus experiencias y sus deseos, todo cabe en su gesto de caminar y en esa maleta que todos llevan.
De hecho esa maleta es imprescindible no solo en cuanto al mensaje, sino también en cuanto a la forma escultórica. Ahí está el punto de unión entre la parte superior y la inferior. Y en medio hay partes del cuerpo, y otras que faltan. Creando el misterio y también integrándolo en el entorno, ya que los colores de su emplazamiento se acaban por incorporar a las figuras. Se puede entender como que cada sitio por el que pasas o viajas va impregnándose en ti, formando tu carácter. Aunque también puede relacionarse con un vacío que siempre se lleva a cuestas.
No acaban aquí las interpretaciones. También se han explicado como figuras que tienen una parte en un lugar y un momento, pero que al ser incompletos plasman que hay otras partes que se hallan en otro sitio y otro instante. Como si el escultor nos propusiera un juego de escapismo.
En realidad, el autor lo ha explicado en diversas ocasiones. Confiesa que con cada uno de sus viajes ha sentido que dejaba partes de sí mismo en cada lugar por el que pasaba. Partes que no volverá a encontrar nunca. Según él mismo dice que esas esculturas no dejan de ser representaciones de un ciudadano del mundo. Aunque también añade que por supuesto cada cual que las observe puede interpretar lo que quiera, que ese es parte de su encanto, cada uno las puede completar con ideas diferentes.