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Sepulcro infante Alfonso de Castilla, Siloe

Publicado por Laura Prieto Fernández

El sepulcro del Infante Alfonso de Castilla es una obra funeraria realizada por el escultor gótico Gil de Siloe en la Cartuja de Miraflores, a las afueras de la ciudad castellano leonesa de Burgos.

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La obra sirvió como lugar de descanso para los restos mortales del infante en el mismo lugar que también lo harán los de sus padres, el rey Juan II de Castilla y su segunda mujer Isabel de Portugal. Alfonso de Castilla murió el 5 de Julio de 1468 con tan sólo catorce años de edad víctima de una gran epidemia de peste que asoló Castilla en el siglo XV; su cuerpo fue enterrado en el Monasterio de San Francisco de Arévalo hasta que su hermana, la reina Isabel la Católica decidió construir un sepulcro para su hermano en el mismo lugar donde descansarían los restos de su padre, la Cartuja de Miraflores.

El edificio había estado ligado a la figura de Juan II de Castilla desde su fundación, de hecho fue el propio monarca castellano quién donó a la orden de los Cartujos un palacio de caza que posteriormente se habilitó como monasterio.

Isabel la Católica dio el visto bueno al proyecto de Siloe en 1486 y pese a que las obras no comenzaron hasta tres años después, la construcción del sepulcro de Don Alfonso estaba terminada en 1492 y la de sus difuntos padres un año después.

La realización de ambas obras no fue una elección banal, la reina se asegura así potenciar la línea dinástica que marginaba a Enrique IV a la vez que recataba la antigua tradición de los monumentos funerarios de la monarquía que por aquel entonces habían quedado eclipsados por las grandiosas obras que se destinaban al enterramiento de nobles y eclesiásticos.

Siloe planteó un sepulcro de estilo gótico de tipo arcosolio y realizado en piedra alabastro. Un arco de tipo conopial alberga la figura del infante y la abigarrada decoración que a éste acompaña. Es precisamente en la parte superior del arco donde se desarrollan las esculturas que representan el escudo de Castilla y León sostenido por dos ángeles y sobre éste la imagen del arcángel San Miguel.

El infante aparece arrodillado y con la vista dirigida hacia el altar, parece como si su lectura se hubiese interrumpido en un momento para dedicarse a la oración. Su aspecto parece mayor del que en realidad poseería con tan sólo catorce años, quizás porque al no conocerlo personalmente Siloe hubo de basarse en retratos anteriores del joven infante. Bajo sus rodillas un mullido cojín adornado con perlas.

De manera exenta y tallado a partir de un solo bloque de piedra el artista esculpe el reclinatorio, demasiado lejos de la figura de Don Alfonso quizás para que éste no le quitara protagonismo a la figura del difunto. Sobre el reclinatorio aparece un nuevo cojín, un libro abierto y la misteriosa presencia de una mano queriendo cerrar el libro sobre la cual, los expertos no consiguen ponerse de acuerdo sobre su significado.