La gestión de exposiciones temporales
Por muy sencillo que parezca el montaje de una exposición, lo cierto es que éste es un proceso que entraña dificultad (y más si se cuenta con originales), principalmente porque su gestión se parece bastante a la elaboración de un puzzle, donde cada pieza debe encajar con otra, aunque en este caso además habrá que tener en cuenta las exigencias que el tiempo imponga.
La planificación de las diversas exposiciones temporales que se sucederán a lo largo del año en una institución cultural del tipo que sea, vendrá determinada por el director del mismo, quien realizará la programación con tiempo suficiente y en función de los criterios establecidos por la línea expositiva marcada por el centro.
Hay una serie de criterios aplicables a rasgos generales a la hora de concebir un plan de exposiciones temporales: la muestra deberá estar puesta al servicio del aprendizaje del público (el carácter científico y educativo del museo/centro debe primar, pudiéndose tener en cuenta después su carácter comarcal), además se deberá intentar cubrir lagunas o deficiencias de la colección permanente con ella y se tratará de enfocar los temas hacia aquellos que interesen al público.
Lo primero que se tiene en cuenta a la hora de gestar una exposición temporal es la idea que se quiere transmitir; es necesario plantear una tesis, una serie de ideas principales, un discurso concreto que poseerá unos contenidos científicos y que es importante no perder de vista durante el proceso.
Será en función de esta idea que se seleccionarán las piezas más representativas o que mejor se adapten a la misma. Esto en realidad es la teoría, en la práctica no se dispone siempre de las piezas más adecuadas y además esta relación es recíproca: el tema de la exposición debe tener en cuenta los fondos del centro. Hay otras veces, sin embargo, en que se trabajará sin piezas originales: esto implica menores riesgos y una mayor libertad de actuación aunque no es lo propio de los museos.
Una de las partes más delicadas es la relacionada con el préstamo de obras de cuya gestión se suele encargar el coordinador de la exposición (cumple las funciones de técnico, conoce los pasos administrativos a seguir y suele pertenecer a la plantilla) que trabajará con el comisario, normalmente persona ajena al centro (este funcionamiento se corresponde con el dado en los grandes museos).
En este punto entran una serie de cuestiones que se podrían considerar rozan el ámbito de lo «personal»: es importante también cómo se solicitan las obras. Por lo general es más aconsejable acudir en persona a solicitar una obra, algo que no suele ser posible en todas las ocasiones, y siempre se debe llamar para comentar el préstamo antes de enviar los formularios. Estos son planteamientos de cortesía que ayudan a la hora de tramitar la petición de una obra de arte, principalmente en lo que se refiere a las grandes instituciones.
En lo que respecta a los formularios, cada centro suele tener sus modelos basados en uno estándar, y vienen a comportarse como una suerte de contrato; en la hoja de préstamo deberán aparecer reflejadas las condiciones de conservación, seguridad y transporte, entre otros: luz, temperatura, humedad, embalajes que la obra requiere, etc.
Además, se hace necesaria siempre la contratación de un seguro, empleándose por lo general los denominados «de clavo a clavo», es decir, los que cubren desde que la obra se descuelga y sale de un centro hasta que llega al receptor. El seguro deberá garantizar el estado de conservación y que si se produce un desperfecto éste se solucionará.
Junto a la obra habrá una persona que la acompañe durante su traslado: los restauradores/correos, supervisores del proceso completo de transporte, embalaje, desembalaje… y que controlan no sólo que la obra no sufra, sino posibles robos y el respeto de las condiciones solicitadas al centro que ha de recibir la pieza, donde se elaborará un informe de forma conjunta con los conservadores del mismo acerca de cómo ha llegado dicha pieza. Al regreso a la institución de origen se volverá a examinar la pieza y se procederá a documentar su estado igualmente.
Lo cierto, es que las exposiciones temporales suelen redundar en beneficio de determinadas piezas para cuya exhibición se hace precisa una restauración previa, aunque ha de tenerse en cuenta que un traslado de una obra siempre la desestabiliza, no sólo por los inconvenientes que puedan surgir durante el viaje, las vibraciones o la manipulación de la misma sino principalmente porque sus condiciones ambientales cambian. Existen en la actualidad empresas especializadas en transporte de obras de arte, y en el mercado se pueden encontrar cajas especiales creadas para estas necesidades y todo tipo de sistemas de conservación que minimizan en gran parte el sufrimiento de la obra.
La tercera gran fase en este recorrido por la gestión de una exposición vendría determinado por el propio montaje; en este punto es importante que se hayan cumplido todos los plazos programados porque cada equipo tendrá su tiempo y sus necesidades. Además, es necesario que se hayan previsto con anterioridad cuestiones prácticas como la ubicación de las piezas en las vitrinas o su disponibilidad para cuando el correo llegue con la pieza (en caso contrario se corre el riesgo de hacer perder a la persona un tiempo precioso, puesto que debe estar presente también en el desprecintado de la caja y extracción de la pieza).
Todo este proceso, presentado a grandes rasgos, en realidad se establece en base a unos cronogramas y tiempos muy precisos puesto que toda la gestión de una exposición temporal responde a factores muy diversos que deben llegar a una imbricación total con un máximo rendimiento de tiempo y esfuerzo.