Presente de las exposiciones temporales
A día de hoy las exposiciones temporales se han convertido en un fenómeno que convoca a miles de visitantes, y es que hace mucho que se han apartado de su primera intención educativa para convertirse en algo más. Empleadas muchas veces como un simple reclamo, una forma de reavivar un centro, o un instrumento de propaganda, las exposiciones de este tipo se perciben como un acto social en ocasiones, variando su importancia en función de la convocatoria y el tema elegido.
Además, en los últimos años, las exposiciones temporales han adquirido un papel crucial en la programación de los museos y centros de arte. Se han convertido en un recurso esencial para la renovación y actualización de las propuestas culturales, y han permitido a los museos mantenerse en la vanguardia del panorama artístico, ofreciendo a los visitantes una visión más amplia y diversa del arte y la cultura.
Junto a esto, la buena aceptación que este tipo de eventos tienen entre el público mayoritario se debe buscar en las propias características de los mismos; para empezar hay que tener en cuenta la unicidad de la exposición temporal frente a la colección permanente, algo que implica una mayor afluencia de público deseoso de «no dejar pasar la ocasión».
Exposición única en el tiempo y en el espacio que permite profundizar en un tema, artista, época o estilo. Además, su visionado implica un menor «desgaste» porque también lo es, por lo general, el tiempo que se emplea en recorrerla, algo que suele hacerse en su totalidad evitando de esta manera las frustraciones que implica la sensación de no haberlo visto todo (algo frecuente en los grandes museos).
En este sentido, las exposiciones temporales también han demostrado ser una herramienta eficaz para atraer a nuevos públicos. Al centrarse en temas o artistas específicos, estas exposiciones pueden despertar el interés de personas que, de otro modo, quizás no visitarían el museo. Asimismo, las exposiciones temporales también pueden ser una forma de atraer a visitantes recurrentes, ofreciendo siempre algo nuevo y diferente que ver y experimentar.
Pero hay una explicación mucho más sencilla que radica en la idiosincrasia de la propia sociedad de consumo, en la que el arte se ha convertido en un bien más, sujeto a los cambios que las modas impongan. Así, los museos, las exposiciones, se han adaptado didácticamente a los nuevos tiempos para educar y para atraer visitantes, al igual que ha sucedido con la museografía. El arte ha adquirido una pátina de valor económico y de modernidad que ha resultado determinante en el imaginario de la colectividad.
El visitante ya no acude a las exposiciones sólo en un afán de aprender, de mejorar, sino porque es un fenómeno social que depende también, eso sí, del tema o época histórica del que trate, así como de los objetos que compongan la muestra (en ocasiones una exposición temporal es la única oportunidad que se tiene de ver de cerca según qué piezas). Lo demuestran exposiciones como las ya mencionadas del Prado relativas a Velázquez y Manet, o ejemplos como el de la muestra de Las edades del hombre, cuya excelente aceptación continúa en cada lugar adonde itinera.