El desfile de los Príncipes de Dresde
Esta es una obra de arte hermosa, grandilocuente, a una escala gigantesca y como si estuviera fuera del tiempo. No en vano, se trata del mosaico de porcelana más grande del mundo, ya que tiene unas dimensiones increíbles, con 102 metros de longitud y más de 9 metros de altura, lo que da una superficie cercana a los 1.000 metros cuadrados, los cuales se han cubierto con más de 24.000 azulejos porcelánicos originarios de Meissen, una ciudad alemana a orillas del río Elba, cuyo caudal también baña la propia urbe de Dresde donde se puede contemplar este singular monumento a medio camino entre la cerámica y la pintura.
El casco antiguo de Dresde, donde se conserva este mural, es un conjunto monumental que la convierta en una de las urbes europeas con un patrimonio barroco más destacado, con edificios tan destacados como su Frauekirchen o iglesia de Nuestra Señora.
Sin embargo, el mural del Desfile de los Príncipes no es una obra barroca, es bastante posterior, por ello decimos que está como fuera de tiempo. Sus comienzos se remontaban al año 1589, cuando se pintó esta pared. Sin embargo, entre los años 1872 y 1876 aquella pintura se modificó por completo realizando un esgrafiado que llevó a cabo el artista W. Walther, quien ya plasmó esta misma escena del desfile. Sin embargo, aquello no resistió la corrosión del paso del tiempo, de manera que finalmente se decidió colocar estos azulejos entre los años 1904 y 1907.
El mural se halla en la fachada norte del antiguo Palacio Real de Dresde, un lugar que fue la residencia de la realeza sajona. Concretamente está en la zona que eran los antiguos establos. Y precisamente en el mural se representa a los monarcas sajones desfilando a caballo, acompañados por personajes de su corte. En total son 93 figuras, a una escala mayor que la real y entre las que se incluye también el dibujante del conjunto, Wilhem Walther. Es decir, vemos un grandioso desfile en el que se distingue a todos los miembros de la realeza de la Casa Wettin, cuya presencia en Dresde se remonta al siglo XII y perduró hasta 1906.
El encanto de la obra es enorme, especialmente por sus dimensiones y monumentalidad, además de que fue un auténtico milagro que resistiera los bombardeos aéreos que destruyeron gran parte de la ciudad en 1945, poco antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial. De hecho, de los miles de azulejos que componen la obra, cuando se emprendió su restauración tan solo fue necesario sustituir un par de centenares.