Santa María Asunta de Torcello
En la pequeña y casi deshabitada isla de Torcello, al norte de Venecia, hay una iglesia que guarda algunos de los mejores y más antiguos mosaicos bizantinos de Italia. Unos mosaicos que están a la altura de los más conocidos de la ciudad de Ravenna.
Los mosaicos ocupan gran parte de la iglesia de Santa Maria Asunta de Torcello, un templo que tuvo rango casi de catedral durante la época bizantina, si bien la importancia de la isla decayó hasta quedarse en nada a favor de su vecina, la Venecia de los Dux.
Como es habitutal en los mosaicos bizantinos, el fondo de todas estas escenas religiosas es dorado, un color que sobre todo pretendía trasladar la idea de luz. En su momento, todo el templo estaría recubierto de mosaicos, y aunque algunos se han perdido, lo cierto es que el conjunto es esplendoroso. Y lo más importante, se halla tanto en el ábside como en el muro de la entrada.
En cuanto a los primeros, los de ábside se supone que se realizarían en el siglo XI, y allí la curva de la cabecera del templo está dominada por una Virgen que está de pie y cubierta con un estilizado manto azul que la hace destacar sobre el fondo de oro. Y con su dedo de la mano derecha nos señala al Niño, como diciendo: “él es el elegido, el Mesías”. Mientras que en la mano izquierda lleva un libro, el Evangelio, ya que seguirlo es el camino para la salvación.
Y bajo esta imponente figura se ve todo un apostolado, cada uno de esos personajes es identificable por su simbología tradicional y por una inscripción alusiva.
También hay mosaicos en la Capilla del Santísimo Sacramento donde se ve un Cristo Pantocrátor bendiciendo. E incluso se conservan más mosaicos en la bóveda. Pero la otra zona espectacular es la contrafachada. Ahí se ve un gran muro con la representación del Juicio Final. El cual actuaba como advertencia para los fieles, que lo contemplaban precisamente al salir del templo.
Todo el ciclo se organiza en seis registros encabezado por una escena del Calvario con Jesús en la cruz , flanqueado por la Virgen y el Evangelista. A partir de ahí se ven escenas del Antiguo Testamento y diversas alegorías.
Por ejemplo, están a gran tamaño los arcángeles Gabriel y Miguel, o de nuevo Cristo con las heridas de la Crucifixión, y por supuesto la Resurrección.
Posiblemente lo más espectacular esté en los dos niveles más bajos. Allí es donde se recrear con detalle el propio Juicio Final que se anuncia a golpe de trompeta. Es entonces cuando vemos salir a los muertos de sus tumbas. Mientras San Miguel pesa sus almas para valorar si deben ir al cielo o al infierno. Por cierto, también se descubre al propio demonio intentando hacer trampas en ese pesaje.
El destino para los buenos es un cielo que se representa con un jardín de lo más agradable. En cambio el infierno es un sitio donde los condenados sufren torturas como ser quemados o ahogados, dependiendo de cuales hayan sido los pecados capitales que hayan cometido.
En definitiva, una joya de la musivaria de lo más elegante, vistosa y narrativa.