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Vaso cerámico de Susa

Publicado por A. Cerra
Vaso cerámico de Susa

Vaso cerámico de Susa

Esta obra de cerámica se conserva en la actualidad el Museo del Louvre de París y se modeló y pintó entre el año 4.000 y el 3.500 antes de Cristo. Es decir, se puede considerar prácticamente un milagro que un material tan frágil como la cerámica haya llegado hasta nuestros días resistiendo el paso del tiempo y conservando en excelente estado toda su decoración pictórica.

Y es que se trata de una vasija funeraria que se encontró en la necrópolis de Susa, en Irán, por lo que afortunadamente perteneció enterrada y los arqueólogos la sacaron a la luz para convertirla en un pequeño tesoro de la cultura de Mesopotamia. Un vaso que formaría parte, junto a objetos metálicos, del ajuar funerario con el que eran enterrados los personajes de mayor rango social.

Pero además de por su valor material y por ser un testimonio que ha resistido tantos años, sobre todo estamos ante un objeto artístico de gran valor y sumamente interesante. Si nos fijamos el motivo central de la pintura no es otra cosa que una cabra montesa, pero tan estilizada y conceptual que simplemente su cuerpo se plasma con dos triángulos unidos por los vértices, y unos cuernos enormes que forman un círculo, prolongando en esa forma el arco que formaría el espinazo del animal. Y al final todas esas líneas y formas quedan unidas.

La sociedad mesopotámica, era una cultura de pastores, o sea, que el autor de esta pintura había visto cientos, miles de veces, las cabras, concretamente de la especie íbice. La podría dibujar con todo detalle, y sin embargo la reduce a sus elementos esenciales, pero no se olvida por ejemplo de incluir sus barbas o los pelos de su cola. Y respecto a la forma geométrica que queda encerrada por el círculo de la cornamenta, se piensa que posiblemente fuera una especie de escudo o de símbolo del clan al que pertenecería el difunto. Aunque también hay quien piensa que quizás fuera algún signo topográfico para identificar un lugar o posesión.

Pero independientemente de ese significado, la magia está en la sintetización de las formas naturales. Una reducción a lo esencial que también se lleva a cabo para los perros que pinta en la parte superior. Se supone que serían lebreles corriendo, y los alarga en sentido horizontal, creando una cenefa, y planteando la complementariedad de las aves zancudas que pinta ya cerca de la boca del vaso. Porque en este caso juega con la verticalidad, pero no de las patas de la aves, sino de sus larguísimos cuellos.

En definitiva, esta pieza de hace unos 6.000 años tiene una potencia gráfica de lo más contemporánea, ya que posee capacidad de abstracción, naturalismo, síntesis, elegancia, bicolor, entre otras cualidades, que le aportan una modernidad innegable.