Aportaciones de Velázquez a la Historia del Arte
Durante la vida de Diego de Silva Velázquez, que transcurre a lo largo de sesenta y un años, desde 1599 hasta 1660, confluyen en Europa infinidad de problemas sociales, políticos y económicos. A nivel cultural, viven y trabajan artistas como Rembrandt, Bernini, Monteverdi, etc. y científicos como Pascal o Galileo. Al mismo nivel que el de estos grandes nombres se va a situar el pintor sevillano de origen portugués, afincado en Madrid desde 1623.
Fue un pintor de corte, para el que el rey Felipe IV, actuó como una especie de mecenas, por tanto no era necesario que vendiese cuadros para subsistir, lo que le dio gran libertad como artista. En dicha corte, siguió un auténtico “cursus homorum”, que rematará con la concesión de la Orden de Caballero de Santiago, es decir con un título nobiliario. Como pintor, esto le permitió tocar todos los géneros, incluso los más extraños en España, como los temas mitológicos o el desnudo femenino. Es de destacar además la extraordinaria variedad de planteamientos que se le ocurren, aún dentro del mismo tema.
En líneas generales, podemos decir que su pintura evoluciona desde el más puro academicismo de la más tangible realidad a la cada vez mayor descomposición de la forma. Es un pintor plenamente barroco, pero no por el movimiento de sus figuras, ya que no le tienta el desenfreno que era tan querido por otros pintores, puesto que su barroquismo se basa en el sentido de la profundidad del que dota a sus obras, en la búsqueda de la personalidad del individuo, en el progresivo difuminado de las líneas y en la constante distensión de fuerzas que llenan sus composiciones, ya que la vista se ve impulsada a moverse a grandes tirones, de un lado a otro.
Velázquez es un claro ejemplo de continua superación creadora. Su evolución hizo que fuese el pintor español más completo de su tiempo, ya que supera el tenebrismo de su generación hasta alcanzar un destacado cromatismo llegando a utilizar recursos que después serían los de los impresionistas, y supera además las temáticas religiosas imperantes desarrollando géneros como el retrato, el desnudo o la mitología.
Probablemente entre sus aportaciones características más destacadas (aparte de lo dicho hasta ahora) tengamos que destacar el desarrollo de la perspectiva aérea, es decir, la sensación óptica de la luz que parece circular por la tela. Conforma así una neblina en los paisajes o una especie de polvillo en las habitaciones que remarcan la lejanía de los objetos, al hacer sus perfiles más borrosos. La distancia no viene marcada tan sólo por el empequeñecimiento de los objetos o la tendencia a un punto de fuga, sino también por la visión de ese aire que difumina el fondo. Un segundo aspecto sería la consecución de la profundidad visual en el cuadro por la multiplicación de los planos de representación que, combinada con la perspectiva aérea y con los múltiples focos de luz, tanto interior como exterior, hacen de sus obras estructuras complejas que se alejan y al tiempo se acercan al espectador gracias a sus primeros planos, que bien nos invitan a entrar o suponen un punto de vista similar al nuestro, haciendo que el espacio pictórico sea una prolongación del espacio real. Un tercer aspecto lo supondría la pincelada suelta y menuda que acaba por difuminar las formas.