Arte

Arlequín 1917, Picasso

Publicado por Laura Prieto Fernández

Tres son las figuras artísticas más relevantes que han marcado la pintura vanguardista en España: Dalí, Miró y como no, Picasso. En un momento donde la modernidad y la cultura europea quedaba muy lejos de la España de principios del siglo XX – las tensiones políticas que desencadenarían la Guerra Civil española y la situación social y económica del país no era precisamente favorable a la cultura- el país vio nacer a tres grandes artistas vanguardistas que, cada uno en su estilo, llevará la cultura española más allá de los límites europeas.

En esta ocasión nos centraremos en la figura de Pablo Picasso. Picasso nació en Málaga en 1881, como hijo de un profesor de dibujo los primeros pasos en su formación los dio de la mano de su padre pero será clave para su carrera artística el ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona en 1897. Las directrices demasiados estrictas no lograron satisfacer del todo al pintor aunque en esta época realizó excelentes amistades que le acompañaría durante su vida.

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Fue precisamente a principios del XX cuando buscando esa modernidad que no acababa de encontrar en su España natal decide trasladarse a la capital francesa. En esta época el artista trabaja en la denominada como etapa ros y es precisamente en esta época cuando el artista comienza a sentirse cautivado por la idea del circo en general y por el arlequín en particular; con todo debemos señalar que si bien es cierto que los expertos dan por finalizada la etapa rosa de Picasso en el año 1909, su obsesión por el mundo del arlequín se dilata mucho más allá en el tiempo y en casi todas sus etapas podemos encontrar alguna pintura o algún dibujo en el que se represente esta singular figura.

De este modo no cabe sino preguntarse por qué un arlequín. Según los expertos en historia del arte la iconografía usada por el artista con el arlequín es la representación de su propio alter ego, una cara del propio artista que decide mostrar al espectador y al mundo en general a través de estas pinturas. Para el arlequín ese mundo de banalidad en el que trabaja es el mismo que ocupa la vida de los hombres.

En esta ocasión podemos apreciar ese alter ego en una obra expuesta en el Museo de Barcelona, Arlequín 1917, que fecha de ese mismo año y que el artista realizarían en conmemoración a la visita del ballet ruso que representaba por aquel entonces la pieza Paradé en el Liceo de Barcelona. A medio camino entre un cubismo ya superado y una nueva pintura de corte clasicista que algunos han denominado como noucentismo el artista nos presenta a un arlequín esperando tras una barandilla a que llegue su turno. El modelo original es el primer bailarín de la compañía rusa.

Para este lienzo que apenas supera el metro de altura y mide unos noventa centímetros de ancho el artista realizó tres dibujos preparatorios diferentes