Autorretrato de Guido Reni
Guido Reni fue uno de los pintores más famosos de Italia durante el primer cuarto o el primer tercio del siglo XVII. Sin duda se convirtió en el gran maestro de la pintura barroca clasicista en Italia, y llegó a ello gracias a su portentosa habilidad para empaparse e incluso imitar todos aquellos maestros a los que conoció y estudió. Comenzando por Denys Calvaert, el pintor de origen flamenco pero establecido en Bolonia, con el que dio sus primeros pasos como pintor.
Más tarde llegaría a trabajar con los hermanos Carracci, también boloñeses, y de su mano se fue a Roma a comienzos de siglo. En la ciudad de los Papas pronto se independizó del influjo de los Carracci y se lanzó a una exitosa carrera en solitario. Además aprendió e imitó el arte del Renacimiento, así como se empapó de la estatuaria clásica. Y desde luego que supo aprender, casi copiar con descaro, del claroscuro que caracteriza el arte de Caravaggio.
Con todos esos mimbres, más su innegable capacidad para la luz y el color creó obras cumbres del arte barroco en Italia como es La matanza de los inocentes o su icónica obra de Hipomenes y Atalanta. Lo cierto es que en Roma alcanzó los más altos galardones y no le faltaban mecenas de renombre, en especial los vinculados con el Papa Pablo V y la familia Borghese.
Sin embargo, cuando parecía estar en lo más alto decidió dejar la gran Roma, por entonces la capital artística del mundo, para regresar a su Bolonia natal. Ahí pasaría el resto de su vida (1575 – 1642), salvo esporádicas salidas a diversas ciudades de Italia que le ofrecían encargos. Porque la fama de Reni por entonces era enorme y su modo de pintar admirable, tanto que se le conocía como el Divino. Hasta le llegaban encargos de otras cortes europeas, fueran desde Francia o desde España.
Estaba en el cenit de su carrera. Pero al mismo tiempo su carácter era de lo más peculiar. Poco a poco fue enemistándose con todos sus compañeros de profesión. Y además de misógino, tenía un serio problema de ludopatía. Le apasionaban las cartas y los juegos de azar, pero solía perder a menudo. Y cuando perdía lo hacía en grandes cantidades, así que por mucho dinero que ganara, siempre estaba arruinado.
Necesitaba que ganar dinero rápidamente, por eso su pintura paulatinamente perdió calidad, ya que pintaba rápido y hacía escenas muy populares para venderlas con rapidez y volver a tener billetes con los que apostar. Así fue alcanzando su edad madura. Y precisamente en esos años es cuando se realizó este autorretrato de hacia 1635 que hoy se conserva en la Galeria de los Ufizzi de Florencia.
Para entonces ya habían pasado sus mejores años y su fama había decaído un poco. No obstante, él se autorretrató en este lienzo con un porte de lo más orgulloso, más como un noble que como un artista. Y sobre todo se pintó con la cabeza cubierta con sombrero, haciendo mención a uno de sus momentos más gloriosos, cuando el Papa entró a su estudio de pintor y le permitió mantener el sombrero puesto en su presencia.