Doctor Fausto, Rembrandt
De todos los artistas de la estética barroca Rembrandt es sin lugar a dudas uno de los pintores más destacados, sus lienzos son mundialmente conocidos y a día de hoy se ha convertido en uno de los máximos exponentes de la pintura holandesa del Siglo de Oro pese a que en durante su vida el artista pasó algunas dificultades económicas. Si bien lo más conocido de Rembrandt son sus lienzos el artista desarrolló su arte en diferentes medios como el dibujo e incluso en el grabado.
Entre las décadas de los veinte y de los sesenta Rembrandt realizó un buen número de trabajos como grabador; en sus primeros grabados aún podemos observar una técnica más clasicista en donde se da una mayor importancia al dibujo y donde la línea es la protagonista de las obras. A medida que pase el tiempo los grabados de Rembrandt evolucionarán como su pintura, cada vez más libres y danto una preminencia a las sombras y las calidades táctiles.
La obra que aquí nos ocupa es uno de esos grabados de la segunda etapa, una obra ya madura en la que el artista demuestra una gran habilidad y libertad creadora. Se trata de un grabado titulado Erudito en su estudio o El doctor Fausto que dataría de mediados del siglo XVII, en torno al año 1652.
Su interpretación no ha sido sencilla e incluso a día de hoy todavía se discute acerca de su iconografía, la pieza nos presenta a un hombre de aspecto maduro que vestido con túnica –como solían hacerlo los intelectuales de su época- se encuentra en una estancia oscura y es sorprendido por una especie de bola de luz que aparece frente a su ventana haciendo que el hombre se gire violentamente para observarla. En las primeras noticias que tenemos acerca de la plancha de este grabado aparece catalogada como un alquimista, sin embargo en el grabado no aparecen ninguno de los objetos con los que estos personajes solían trabajar. En un catálogo posterior se ha identificado el personaje como el Doctor Fausto, protagonista de una leyenda de origen alemán que narra como un doctor vendió su alma al diablo para conseguir el conocimiento absoluto.
Sea como fuere lo cierto es que en esta estampa el artista plantea una cuidada composición en la que consigue tanto la perfección en la representación lumínica como en la profundidad. La estancia permanece casi a oscuras y mientras el primer plano ocupado por el protagonista está fuertemente iluminado en el fondo tan sólo la extraña esfera es la fuente de luz. Por otra parte la perspectiva de la obra se ha logrado con la colocación en diagonal de distintos elementos del mobiliario, una mesa, una cómoda… así como con la torsión del propio personaje que si bien su cuerpo está enfocado hacia el trabajo que tiene sobre la mesa, su rostro se gira para ver la bola de luz que le sorprende frente a la ventana.
De esta manera, la obra de Rembrandt presenta una calidad y libertad creativa igualable a los grabados más famosos de Durero o Goya.