Beso robado, Fragonard
A finales del siglo XVIII la estética galante dominaba el panorama artístico europeo, con esta idea se planteaba una nueva estética en la que los protagonistas no eran sino nobles que protagonizaban escenas, muy a menudo amorosas, en las se apreciaba su nivel de vida. La pintura no era sino el reflejo de la sociedad – o al menos de una parte de ésta- que se veían reflejada en los pinceles de los artistas del momento.
En este sentido debemos destacar a Fragonard como uno de los pintores que mejor supo captar el ideal artístico del rococó. Jean Honoré Fragonard (1732 – 1860) fue uno de los pintores más valorados en el Antiguo Régimen, cosechó una gran fama y su producción artística fue muy abundante llegando a crear más de quinientos lienzos. Formado en los talleres de grandes pintores como Chardin y Boucher posteriormente ganaría una beca para estudiar en Roma, un hecho decisivo en su carrera que le permitía estudiar a los pintores clásicos.
Ya a finales del siglo XVIII, concretamente en torno al año 1790, el artista comenzaba su última etapa de producción en la que su estilo ya estaba completamente definido y había alcanzado la madurez artística. Precisamente a esta etapa pertenece la obra que aquí analizamos hoy y que lleva el sobrenombre de Beso Robado. Se trata de un óleo sobre lienzo de formato horizontal que mide unos cincuenta y cinco centímetros de anchura y cuarenta y cinco de altura y en la actualidad se exhibe en el Museo Ermitage.
La escena se desarrolla en un espacio interior, concretamente en un gabinete que era una pequeña sala de estar que se encontraba en los palacios, más cómoda e íntima que los grandes salones. En un primer plano podemos observar como un jóvenes se asoma repentinamente por la puerta para robarle un beso a una dama que parece consternada ante el arrebato de su admirador. El artista ha sabido captar a la perfección tanto la impulsividad del joven muchacho como la cara de sorpresa de la dama; también merece especial mención su habilidad a la hora de captar las telas, especialmente en el vestido de la chica. El brillo del vestido era muy típico de la época y los pintores a menudo se esmeraban en la representación de las prendas como un reflejo del estatus de los protagonistas.
Al fondo y completando la escena aparece un grupo de mujeres, quizás algo más mayores que la protagonista, que se mantienen ocupadas charlando y ajenas a lo que sucede en la habitación contigua.