Bosque de pinos de Hasegawa Tohaku
Estamos acostumbrados a reconocer como obras de arte los paredes y muros que los grandes artistas del pasado pintaban en los palacios de reyes, aristócratas, papas o grandes potentados de Europa. Pues bien en Japón ocurría lo mismo, pero con una importante diferencia. Allí las paredes de estas residencias palaciegas tenían un peculiar sistema de compartimentar las habitaciones. Tradicionalmente se recurría a biombos e incluso a paneles móviles elaborados a partir de un marco de madera, una estructura de carpintería para que se movieran y una superficie ligera hecha de papel.
Así que allí los ricos y poderosos encargaban la decoración de estas singulares paredes móviles a los mejores artistas de la época. Y en algunos casos, pese a la delicadeza de tales materiales, esas joyas artísticas han llegado hasta nuestros días. Ese es el caso de este conjunto pintado con tinta sobre papel por el artista Hasegawa Tohaku (1539 – 1610), uno de los mejores artistas del conocido como Periodo Momoyama (1575 – 1615).
Este artista se formó en la ciudad imperial de Kioto junto al reconocido pintor Tohsun, quien a su vez era considerado el gran sucesor Sesshu Toyo, el gran representante de la pintura de inspiración zen en Japón.
Tohaku es conocido por su maestría en la técnica de la pintura de tinta, también conocida como Sumi-e. Esta técnica, que se originó en China y fue llevada a Japón por monjes budistas, se caracteriza por su simplicidad y economía de trazos. El objetivo de la pintura Sumi-e no es representar la realidad tal como se ve, sino capturar la esencia o espíritu de lo que se está pintando.
En el caso de este bosque de pinos, Tohaku emplea esta técnica para crear una atmósfera etérea y misteriosa. Los árboles se desvanecen en la niebla, dando la sensación de que están a punto de desaparecer. Esta sensación de transitoriedad y cambio es una característica común en la pintura de inspiración zen, que busca reflejar la naturaleza impermanente de todas las cosas.
Este caso pintó una serie de biombos con seis pliegues que pintó en tinta de forma monocromática. Con esa sencillez ilustró su visión de un pinar. Pero si alguien esperaba una masa boscosa, la magia de su pintura es lo contrario. Se imaginó una neblina matutina envolvente, donde los árboles apenas son visibles, y solo unos pocos emergen con claridad. Es una visión fantástica, que tiene algo de ensueño y también de misterio.
Su modo de representar los árboles es asombroso. Los más nítidos se pintan con tinta oscura. Parecen casi monumentos, que además en las creencias locales son símbolos de longevidad. Pero también hay otros mucho menos nítidos, como en un plano atrás y empezando a perderse entre la niebla. Si en los pinos nítidos usa una tinta seca, aquí está muy húmeda y diluida. Es de una delicadeza innegable y fruto de la contemplación de la naturaleza. Desde luego tiene casi algo de impresionista.
No obstante, hay algo que llamada poderosamente la atención, y es que no renuncia a dejar una enorme parte de la superficie sin pintar. O más bien pinta el vacío. Este recurso de los espacios vacíos es muy habitual en las obras de inspiración zen. Aunque no se trata de una zona donde no hay pintura, ni elemente alguno. En realidad son áreas que añaden tensión al resto y fuerzan a que el espectador active su imaginación y recomponga todo el conjunto en su mente. Este uso del espacio negativo, o «ma», es otra característica de la pintura zen, que ve el vacío no como ausencia, sino como una presencia activa que aporta equilibrio y armonía a la composición.