Caspar David Friedrich (VI)
El carácter melancólico y solitario del pintor hizo pensar a sus amigos y familiares que jamás encontraría pareja, pero en 1818, contrae matrimonio con Carolina Bommer, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos, dos niñas y un niño (llegó a ser un reputado pintor de animales). Tras su boda, se ilumina la pintura de Friedrich, tal vez porque la nueva vida familiar le aportó estabilidad y le llegó en un momento en que su situación económica se hizo más desahogada. A partir de entonces, la mujer entra en sus cuadros y, ya en 1818 pinta “La mujer ante el sol poniente” y “Mujer junto al mar”. En este segundo cuadro la mujer es el punto angular del conjunto, ya que su vestido, de un rojo cálido, determina el colorido del resto, al entretejer un reflejo de colores rojos y, a nivel compositivo constituye el contrapeso formal de los barcos que pasan.
En el año 1818/19 retrató a su mujer en la obra “Sobre el velero”, que expresa de manera impresionante sus ideas sobre el más allá y lo terrenal, la lejanía y la cercanía, el tiempo y la eternidad. La pareja está sentada en la proa de la embarcación y cogidos de la mano miran hacia la orilla, hacia la lejana ciudad cuyos edificios sobresalen entre los vapores nebulosos, como si regresasen a casa. En la interpretación de esta escena se baraja el que la ciudad es una visión celestial, hacia la que se va desde la prisión del ámbito terrenal, demandando la libertad (el hombre lleva el traje alemán de la guerra de independencia), lo infinito, el regreso al hogar, al eterno reino de Dios.
Pero el pintor no solo se ocupa de los exteriores, también realiza interiores. Cuatro años después de su matrimonio, en 1822, pinta “Mujer en la ventana”, en el que representa a una mujer que, desde la ventana de su vivienda sobre el río Elba contempla la costa rematada por una hilera de álamos. El cuadro tuvo que resultar muy extraño para los espectadores de su época ya que la habitación apenas sí contiene unos cuantos objetos (dos botellas y un vaso sobre la bandeja de la derecha del antepecho) y además la mujer no mira hacia el espectador, sino que, está vuelta de espaldas, porque se sabe sola en la habitación, está embebida en sus pensamientos, mirando. La desnuda habitación es el taller de Friedrich, su sala de meditación y trabajo. Todas las formas y líneas contribuyen a aumentar la impresión de recogimiento, como las tres juntas oblicuas del suelo, que despiertan la sensación de profundidad; las verticales de las esquinas de las paredes, que acentúan la limitación lateral del marco del cuadro. Estas líneas verticales y horizontales están trazadas como si fuesen un verdadero trabajo de arquitectura, como es característico de su estilo.
A través de la ventana vemos la línea de álamos que tiene que estar en la otra orilla del río, como así lo indica la estrecha franja azul y los dos mástiles que se vislumbran, ya que uno de ellos está próximo, como puede verse en la parte superior de la ventana, donde sobresale expresamente y el segundo tiene que pertenecer a un barco anclado detrás del primero, ya que vemos su mástil y cordaje por detrás de éste. Mástiles y ventana dibujan y conforman un auténtico sistema de verticales y horizontales que configuran rectángulos y triángulos. Así, después de analizar toda esta composición geométrica, vemos que lo único vivo del cuadro es la mujer, que aunque con un contorno tranquilo, casi simétrico, resulta rico y movido en comparación con el estatismo compositivo.
Los colores de su vestido añaden variedad (verde sobre fondo pardo) a los oscuros tonos ocre y gris de la habitación y del marco de la ventana. La luz penetra desde la ventana hacia la oscura habitación, dejando vislumbrar el verde amarillento de los árboles y el azul transparente con unas blancas nubes del cielo. En esta obra hay dentro-fuera, oscuridad-luz, estrechez (la habitación se alarga hacia arriba)- amplitud, la eterna lucha de los opuestos