Caspar David Friedrich (VIII)
En 1824 expuso su cuadro “Océano Glacial” que no fue comprendido por la crítica de su tiempo que se refiere al mismo de la siguiente manera: “… un barco naufragado bajo masas de hielo amontonadas. Ésas están en primer plano y solo acá y allá se ve algún resto del naufragio, cuyas dimensiones se señalan por el iceberg. Del mismo modo que no nos gusta la muerte como objeto del arte pictórico, tampoco quisiéramos recomendar a un pintor una visión de la Naturaleza tan muerta, uniforme y desierta… encontramos que los témpanos de hielo no son suficientemente transparentes ni reconocemos el blanco espumoso que encontramos entre los témpanos. Tampoco nos parece correctamente motivada la perspectiva en que están los icebergs lejanos. El cielo nivoso es acertado…”. El crítico no entiende que se pueda hacer de la muerte y del desierto un objeto pictórico, ni que no sea la fiel representación de un paisaje helado real.
Pero Friedrich no es un pintor que pinte para nadie, sigue fiel a su manera de entender el arte y la Naturaleza. La composición contiene cierta brutalidad y corre el peligro de caer en lo patético, con el amontonamiento de los témpanos de hielo en el centro del cuadro, como una especie de pieza didáctica, penetrante sobre la caducidad de toda la obra humana y las fuerzas elementales de la Naturaleza.
Hacia 1835 pintó el cuadro “Las tres Edades” que presenta como peculiaridad la introducción de más figuras humanas en el paisaje. Aquí son cinco las representadas, dos niños que levantan la bandera sueca en el extremo de la lengua de tierra, a su derecha y un poco más cerca del primer plano, la figura de una muchacha, a la izquierda, más o menos a su altura, un hombre con sombrero de copa y frac marrón que señala al grupo de niños y mira a la figura más grande que, viniendo desde el primer plano se aproxima al grupo. Éste último es el hombre más viejo, con una boina negra de la guerra de la independencia y un abrigo gris-marrón con cuello de piel. Casi parece que cada barco es para cada figura: los dos botes, para los niños, el gran velero para el hombre de espaldas, para el hombre joven, el velero que tiene detrás y el que viene de lejos para la muchacha. Si esto fuese así cada uno de los barcos simbolizaría la edad de las personas. Hay dos movimientos que predominan en el cuadro, la figura de espaldas que se aleja del espectador y las de los niños que se acercan al otro hombre, aunque todas las líneas convergen en la orilla del agua. Se ha querido identificar a las figuras con el propio pintor y su familia, con lo que redundaría en la interpretación del lienzo como un regreso al hogar, enfatizado por la bandera sueca, ya que cuando el pintor nació Pomerania le pertenecía. Además, poco después, en 1835 sufrió un ataque de apoplejía, que le obligó a usar un bastón, con lo que en el cuadro (añadido esto posteriormente al ataque), el pintor caminaría al encuentro de su destino final, la muerte, el hogar eterno, ya que es el único que se aleja hacia el fondo. Esto tiene lugar en un paisaje costero sólidamente construido, pero que se desmaterializa en lo irreal y trascendente en el que, a la izquierda del gran velero aparece la luna en creciente en el amarillo reflejo del sol poniente y muy cerca del banco de nubes de color violeta, pareciendo simbolizar la detención del tiempo, su cese.