«Autorretrato de 1810» de Caspar David Friedrich
El pintor cuenta con unos 35 ó 36 años en el momento de realizar con carboncillo su autorretrato en una hoja de un cuaderno. Probablemente es su retrato más concluyente y lo realiza hacia el año 1810, junto con otro de perfil que logra realizar ayudado por dos espejos, se trata sin duda de los últimos que realizó. Anteriormente se retrató en otras ocasiones, cuando aún no contaba treinta años, pero en éste se representa en la plenitud de su fuerza, justo en el momento en que su obra gozó de favorable acogida entre el público, después de su exposición en la Academia de Berlín. Tras la misma, dos de sus paisajes fueron adquiridos por el rey de Prusia, además fue elegido miembro de la Academia de Berlín e intelectuales como Goethe y la generación del romanticismo literario, lo elogian en sus escritos.
En el autorretrato destacan, por un lado, sus ojos, con una mirada en parte tranquila, en parte inquietante y, por otro, la forma de la cabeza y los hombros que llenan aproximadamente el tercio inferior de la lámina, dejando libre el tercio superior. El fondo rayado y claro a partir de cabeza tiene un vacío peculiar, siendo el rayado más intenso en el vacío y en el traje. La distribución de luces y sombras está ricamente graduada y claramente señalada, haciendo que de la figura surja la impresión de compacidad que tiene algo de opresiva, al estar comprimida hacia el borde inferior del cuadro. Su ojo derecho se sitúa casi en el centro del retrato y todas las formas parecen estar ordenadas en torno a ese punto. Tomándolo como referencia se aprecia que la cara está formada por dos mitades divididas en vertical por el lomo de la nariz, quedando la mitad derecha clara y la mitad izquierda en la sombra, con lo que el rostro adquiere cierta disonancia, ya que la parte iluminada (la derecha) es dulce, tranquila, de cierta claridad y, la de la izquierda, con el ojo que mira intensamente, produce inquietud, dando como resultado una sensación peculiar e insólita cuando se lo contempla.
Se trata de todas formas de un retrato que puede ponerse en relación con otros románticos, como los de Otto Runge o Franz Pforr. Todos ellos carecen de pose, de altivez, de cualquier signo de posición social, contrariamente a los de los pintores de los siglos XVII y XVIII, a quienes gustaba representarse como pequeños príncipes de las artes. En cambio en estos románticos, vemos el gusto por representarse aislados, muy solos, como reconociendo todos su propia personalidad. Algunos autores han llegado a pensar que en este autorretrato Friedrich quiso representarse a sí mismo como a un monje, debido al ascetismo de la imagen y a la especie de guardapolvo que viste (al que quieren ver como una casulla), pero extraer de eso la conclusión anterior parece precipitado.
Es un ejercicio de simplicidad creativa, en el que no se representa en ningún momento nada que pueda aludir al éxito social del que goza en ese momento de su vida, se trata más bien quizás de una especie de estudio interior, de una interrogación acerca de sí mismo, exenta de vanidad, lo que es, por otra parte, unos de los rasgos distintivos de toda la producción del pintor.