Dama con ardilla y estornino de Holbein el Joven
A Hans Holbein el Joven (1497/98 – 1543) hay que considerarlo uno de los más grandes retratistas de todo el Renacimiento gracias a obras como su retrato de Cristina de Dinamarca o su célebre cuadro Los Embajadores. Obras que le convierten en el mejor representante de saga pictórica Holbein, compuesta por su padre Hans, su tío Sigmund y su hermano Ambrosius, todos ellos originarios de la ciudad alemana de Augsburgo.
Sin embargo, Hans Holbein el Joven decidió pronto abandonar el nido familiar y emprendió una serie de viajes que le llevarían a Suiza y Francia, recibiendo así la influencia de múltiples tendencias y artistas. Algo que luego prosiguió durante su estancia en Inglaterra entre los años 1526 y 1528. Fue precisamente en este tiempo cuando pintó este singular retrato de Dama con ardilla y estornino, una obra que hoy posee la National Gallery de Londres.
Es la imagen de una mujer desconocida que posa con una ardilla domesticada. No obstante se ha de presuponer que sería una dama de alta alcurnia, ya que el trabajo de este pintor estaba muy cotizado. Se trataba de un retratista especial, capaz de fundir en una misma imagen la sobriedad de origen flamenco con la sutileza propia de las grandes obras italianas. Sin olvidar su capacidad para mostrar con verismo el aspecto externo de los retratados a la vez que se trasluce la personalidad interna de sus personajes.
Quizás este cuadro formaba pareja con otra efigie enfrentada que representara a su marido. Y posiblemente el estornino que se posa sobre una rama de vid a las espaldas de la mujer sea una alusión al nombre familiar, a su escudo de armas o a su historia. Se ignora. Pero lo que está claro es la enorme calidad del retrato.
Ella se nos muestra con el tocado propio de la época, rehuyendo la mirada del espectador, discreta y tímida, pero destacando por el colorido claro de su piel, del gorro y del chal, sobre el fondo de azul intenso detrás de ella y la base oscura del resto de la ropa en la parte inferior. Todo muy austero, pero suficiente para que el pintor plasme su maestría. Es capaz de evocar las texturas de cada pieza textil.
Curiosamente se sabe que la ardilla la pintó con posterioridad a que estuviera acabado el retrato. Por eso tuvo que modificar la postura de manos y brazos. De hecho, esas manos parecen inapropiadas, demasiado grandes y masculinas para esa mujer tan delicada, por lo que se especula que tomaría como modelo de manos a alguien de su taller.