Retrato de Charles de Solier, de Holbein el Joven

Charles de Solier, Sieur de Morette, de Holbein el Joven
El pintor Hans Holbein el Joven sin duda alguna es uno de los mejores retratistas europeos de la primera mitad del siglo XVI, en especial, si nos ceñimos a la Europa más septentrional. Para él posaron importantes personajes como el rey inglés Enrique VIII o el pensador holandés Erasmo de Rotterdam. Y desde luego que tiene obras emblemáticas de la retratística de la época que nos sirven no solo para conocer a ciertos personajes sino también para desvelarnos los usos y costumbres de aquel momento. Un buen ejemplo de ellos es su retrato doble de Los Embajadores.
Holbein el Joven fue un artista alemán que se estableció en Inglaterra a comienzos de la década de 1530. Inscrito en la corte de Enrique VIII, su trabajo se destacó por su precisión y detalle, lo que lo convirtió en un referente de la pintura renacentista del norte de Europa. Su habilidad para capturar la esencia de sus modelos le permitió retratar a importantes figuras de la época, lo que consolidó su reputación como uno de los mejores retratistas de su era.
En este sentido también hay que destacar este otro retrato de Charles de Solier, señor de Morette. Un personaje de familia noble que a lo largo de su vida (1480 – 1552) como un eficiente militar y también diplomático al servicio de la corte de Francia. Y así se nos presenta, de hecho Holbein lo retrata en 1534 cuando viaja a Londres como embajador del rey galo Francisco I, para el cual trabajó durante muchos años como ayuda de cámara. O sea como hombre de máxima confianza del monarca.
Algo de lo que está muy orgulloso el noble, tal y como vemos en el retrato. Y es que la misión que llevó al señor de Morette a Inglaterra era muy importante, ya que el objetivo era convencer al rey británico para que se uniera al francés en una alianza que se enfrentara al poderoso Carlos I de España.
En el siglo XVI, los retratos desempeñaban un papel significativo en la diplomacia, actuando como herramientas de representación y comunicación entre las cortes europeas. Estos retratos no solo mostraban la apariencia física de los sujetos, sino que también comunicaban su posición y poder. El retrato de Charles de Solier no es una excepción, ya que Holbein logra mostrar tanto la riqueza material como la autoridad del diplomático francés.
En definitiva que esta es la efigie de un trocito de historia. Vemos a un hombre poderoso, confiado en sí mismo. Que puede ser elegante y delicado como muestran sus ropas y sus guantes, pero también decidido y sin duda recurrir a la fuerza cuando hace falta, por eso toma lleva un fino cuchillo en su mano izquierda.
Aunque lo más demostrativo de su carácter es el rostro, su mirada capaz transmitir todo su arrojo, fidelidad y valentía. Unos valores que le han llevado a lo más alto de la diplomacia francesa y como tal se hace retratar aquí, sobre un fondo de cortinajes verdes que son al mismo tiempo la demostración del ambiente aristocrático por el que se mueve, pero que también aporta un valor neutro al fondo para que todo el protagonismo recaiga en el personaje, que está en un primerísimo plano, ocupando gran parte de la tela.
Holbein emplea técnicas artísticas avanzadas para dar vida al retrato de Charles de Solier. Utiliza contraste de luz y sombra para enfatizar rasgos faciales y detalles textiles. La precisión en los detalles, como las texturas de las telas y los accesorios, revela la habilidad de Holbein para capturar la identidad social de sus modelos. Sus composiciones equilibradas logran una presentación majestuosa y digna.
La calidad de la obra es considerable. Y por ello es una de las obras maestras expuestas en la Gemäldegalerie de la ciudad alemana de Dresde. Por cierto, a modo de curiosidad durante mucho tiempo se llegó a pensar que era un retrato del gobernante italiano Ludovico Sforza que pudo haber hecho Leonardo da Vinci. Pero el análisis profundo de la obra descartó semejante autoría.
El retrato de Charles de Solier ha pasado por diferentes manos hasta llegar a la Gemäldegalerie de Dresde. Durante años se pensó que era obra de Leonardo da Vinci debido a su calidad excelsa. Su identificación correcta como una obra de Holbein se produjo tras análisis detallados que confirmaron su origen auténtico, resaltando su importancia en la colección de arte del renacimiento germánico.