Enrique VIII, Hans Holbein
El retrato de Enrique VIII realizado por Hans Holbein el Joven es una de las mejores muestras de como el arte puede ser utilizado en servicio de una propaganda política, en este caso Enrique VIII, monarca de la dinastía de los Tudor, elaboró un complejo programa propagandístico con el que mejorar su imagen en toda Inglaterra.
Holbein será una de las figuras artísticas más destacadas del Renacimiento en el Norte de Europa y, aunque trabajó todos los géneros artísticos, sin duda alguna fue más relevante en el campo del retrato. En sus lienzos destacan las ideas humanistas y reformistas de la época, al igual que los escritos de Maquiavelo o Erasmo de Rotterdam; estas ideas aparecen plasmadas en sus obras a través de un fuerte simbolismo que aparece reforzado por su excepcional capacidad para realizar dibujos realistas.
En realidad, la obra que hoy podemos observar en la Walker Art Gallery de Liverpool no es el original realizado por Hans Holbein, sino que se trata de una copia, seguramente realizada por algún artista de menor importancia procedente del taller de Holbein. El original fue destruido en un incendio acaecido en 1698 y, pese a que los numeroso estudios parecen indicar que el original databa de una fecha posterior a 1537, la obra fue copiada en numeras ocasiones por lo que hoy, tenemos la suerte de contar con diferentes versiones, apuntes o bocetos del lienzo original.
Parece ser que el artista siguió el mismo modelo de representación que años antes había utilizado en el fresco de Whitehall, en el que el monarca inglés fue retratado junto con su tercera esposa Jane Saymour, la madre del conocido Eduardo VI.
El monarca, como resulta de esperar en un cuadro de este tipo, aparece idealizado. Ha sido representado de cuerpo entero –aunque también encontramos versiones en las que aparece solamente de medio cuerpo- en el interior de palacio. Pese a que en aquella época el monarca de los Tudor ya debía sobrepasar los cuarenta años y llevaba tiempo padeciendo las secuelas en su pierna izquierda de una grave herida sufrida en un torneo, Holbein lo ha representado como un hombre saludable y fortachón. Los brazos se disponen en jarras a la altura de la cadera y mientras con uno de ellos sostiene sus guantes, la otra mano se acerca a la daga que le cuelga del cinturón. Aparece galante, con sus mejores ropajes y joyas, sin embargo no porta ninguno de los tradicionales símbolos reales (la corona, el cetro…); con todo el artista ha conseguido dotar al monarca no sólo de poderío sino de un porte real acorde a su estatus social.
El arte sometido al servicio de la política es una antigua tendencia propagandística que se remonta hasta la antigüedad y que adquirió su mayor relevancia en la Roma Imperial. El retrato que Hans Holbein realizó de Enrique VIII adquiere una nueva dimensión, no sólo por haberse convertido en el icono del monarca sino de toda una dinastía pese a ser un original hoy ya desaparecido.