Decoración de Saint Sulpice de Delacroix
Dentro de la producción de Eugene Delacroix, esta obra suya es relativamente rara ya que no se trata de un cuadro de caballete, sea grande o pequeño, sino que en realidad es una pintura mural realizada con óleo sobre los muros de la iglesia de Saint Sulpice en París, a lo largo del año 1861.
Tardó varios años en realizarla, porque el encargo le llegó en los años 40, sin embargo tardó veinte años en ejecutarlo. Y es que se trataba de un encargo de los que ya no se solían hacer, todo un trabajo ambicioso de pintura religiosa, que debía ocupar dos grandes arcos del templo.
Cada uno de esos arcos lo pintó con las siguientes imágenes de sendos pasajes bíblicos: Expulsión de Heliodoro del templo y Jacob luchando con el Ángel.
En cuanto al primero nos narra cómo Heliodoro quería apoderarse de los bienes de la iglesia, pero al entrar es expulsado por unos ángeles. Se trataba de un tema mucho más habitual en el pasado, especialmente cuando los Estados Vaticanos reclamaban sus derechos patrimoniales, y un buen ejemplo es la obra que con este tema realizó Rafael en el siglo XVI. Y en el momento que pinta esta obra el pintor romántico Delacroix también tendría un sentido similar, ya que hay que tener en cuenta que la Revolución Francesa también supuso que se expropiaran muchos bienes a la iglesia por medio de las desamortizaciones.
Eso en lo referente al contenido de la obra, pero desde un punto de vista estrictamente artístico hay que destaca las prolongadas profundidades en fuga que alcanza la pintura, así como las luminosas arquitectura en blanco, algo muy del gusto de la época manierista.
Por otro lado, el segundo arco nos muestra la lucha de Jacob. Se trata de un personaje que luchaba contra su don de percepción espiritual, y que incluso se enfrenta a un ángel. Si bien, finalmente acepta su don. De alguna forma el pasaje y el protagonista en este caso está mucho más vinculado con el propio Eugene Delacroix, quién se debatía entre el dualismo representado por un lado por el vigor físico que al final es vencido por la fuerza del espíritu.
En definitiva, Delacroix pese a no ser un personaje excesivamente creyente, si que se le puede considerar como el mejor autor de pintura religiosa de todo el siglo XIX. Y es que le interesaban ciertos temas del Cristianismo, sobre todo aquellos en los que el alma solitaria acaba triunfando sobre otras potentes fuerzas, tanto físicas como espirituales. Son temas que reflejó en diversas ocasiones, y cada vez lo fue haciendo con mayor libertad y expresividad, desprendiéndose de los episodios bíblicos y aportando cada vez sus visión personal sobre el asunto, como es el caso de la obra de la iglesia parisina de Saint Sulpice.