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Dionisos en su barca de Exekias

Publicado por A. Cerra

Dionisos en su barca de Exekias

Gran parte de los cánones clásicos del arte nos han llegado desde la Grecia Antigua, sobre todo en lo referente a la arquitectura y la escultura. Sin embargo, no se cuenta con casi ningún ejemplo de su pintura, salvo la que conocemos por medio de su cerámica. Gracias a ella podemos hacernos una idea de cómo pintarían las paredes o como harían decoraciones pictóricas móviles del tipo cuadros.

De hecho, el esmero y la calidad pictórica que tiene la ornamentación de la cerámica nos da una idea de que la pintura era muy importante para ellos. Tanto incluso que esos edificios como el Partenón que hoy vemos como mármoles blancos o las figuras escultóricas de atletas y dioses también recibirían una importante policromía.

Y otra muestra del valor que se les concedía a los artistas de los pinceles es que incluso en esas decoraciones cerámicas había pintores que firmaban sus trabajos. Uno de ellos era Exekias del que ya os hemos hablado en alguna otra ocasión. Y hoy os traemos otro de sus trabajos. En este caso un vaso en cuyo interior aparece una escena con el dios Dionisos navegando en una barca.

Exekias vivió hacia mediados del siglo VI a. C. y su labor era tanto la de pintor como de ceramista, ya que él mismo solía realizar materialmente las piezas que luego ornamentaba. Siempre con un estilo dominado por el tono poético y la perfección de formas. Al igual que en la escultura clásica se opta por una representación cada vez más natural, a la par que de formas idealizadas, él hizo lo mismo con la pintura. Añadiendo además un tono narrativo a su escenas.

Eso lo vemos a la perfección en este vaso o kilix, o sea un vaso de poco fondo y con dos asas enfrentadas. El sentido de la narración lo da esa vela hinchada por el viento en la que va Dionisos recostado y llevando el vino a los hombres. No hay que olvidar que Dionisos es el dios del vino y de los placeres.

Pero a lo narrativo y realista se une lo simbólico. De ahí la presencia de ese tronco de vid que se enrosca en el mástil de la embarcación y que sobre la vela teje una red de hojas, ramas y racimos de uva. Ellos inundan el cielo, al igual que en la parte baja, aunque no hay ninguna línea que lo indique sabemos que está el mar en el que vemos como nadan los grandes peces. Un escena de lo más delicada, en la que llama la atención el color central de la vela, las figuras negras y el tono naranja y rojizo que lo inunda todo, pero que no da sensación de vacío, sino de una composición perfectamente equilibrada, narrativa y compensada.