Dos bailarinas en el escenario de Degas
Edgard Degas pasaba horas en los teatros de ballet. Estaba antes y después de los recitales, en los ensayos y en los descansos, en el escenario, entre el público y entre bastidores. Observaba todo, los instrumentos, los músicos, las bailarinas, sus trajes, sus zapatillas, sus peinados,… todo. Y todo lo dejaba registrado en mil y un bocetos rápidos. Los hacía a lápiz, a acuarela, con temperas. Hizo miles de esos dibujos y esbozos. Y con ello seguía trabajando, haciendo más pruebas y luego trasladándolas a los lienzos.
Ese trabajo, él mismo lo llegó a definir como aburrido, porque tenía hacer decenas y decenas de correcciones hasta acabar sus cuadros. Y tampoco lo hacía por fama, ni buscaba satisfacer al público, esa búsqueda de la esencia del baile, la consideraba como un “asunto privado”. Hacía lo que creía que debía hacer, y eso provocó que en más de una ocasión se le tuviera por un tipo tan extravagante como incorruptible.
Es curioso leer como definía su arte: “un cuadro es una cosa que requiere tanta astucia, malicia y vicio como la ejecución de un crimen, necesita falsificar y añadir un poco de naturaleza…”. Por ello ese larguísimo e infatigable proceso de dibujar y redibujar una y otra vez los mismo gestos, trajes, posturas, era algo casi obsesivo, sin duda. Son muchos los cuadros que dedicó al mismo tema y aquí hemos dado diversos ejemplos como La clase de danza, Bailarinas en el ballet o El ensayo.
Son obras fruto de la técnica, sobre todo de la fría reflexión, aunque nos pueda parecer que plasma el sentimiento y las emociones. En realidad, todo está calculado. Jugaba con la luz, con los colores y las formas. Nunca pintaba directamente. Todo era observado, abocetado, contemplado desde las más variadas perspectivas. A una misma bailarina la observaba girando a sus alrededor, se bajaba al patio de butacas, se subía a un palco o a un escalera si hacía falta. Tomaba innumerables apuntes de todo ello, y luego los utilizaba a su antojo, siempre estudiando antes de acometer un lienzo y pese a lo que pueda parecer dejando escaso campo a la improvisación. Y sin embargo es evidente que cuando el espectador observa sus cuadros, le parece que está oyendo música, sintiendo la danza y viendo poesía. Y eso se aprecia en prácticamente todos sus cuadros de esta temática. Incluida esta tela que como muchas otras nos parece haber visto antes, pero lo cierto es que es única dentro de la obra pictórica de Degas. Por eso se trata de un trabajo genial.