El Descendimiento, Roger Van der Weyden
El Descendimiento de la cruz o como se le conoce popularmente el Descendimiento, es una obra realizada en óleo sobre tabla por el pintor flamenco Roger Van der Weyden (1399-1446). En realidad esta obra se configuraba como la tabla central, las laterales han desaparecido, de un tríptico que la cofradía de los ballesteros de Lovaina encargó al pintor para la capilla de Nuestra Señora de Extramuros en Lovaina.
Van der Weyden escogió para esta obra una temática religiosa: el descendimiento de Cristo de la cruz. La obra es concebida como si de un retablo se tratara: las figuras aparecen situadas en una especie de cajón o urna, una de las características de las esculturas flamencas, y el pintor logra, sin recurrir a la grisalla como otros artistas habían hecho, conferir a las figuras pictóricas una corporalidad típica de las composiciones escultóricas.
El rectángulo que conforma la urna se rompe en el centro con un pequeño saliente en la parte superior, en él aparece un hombre que, tras la cruz, desciende de la escalera y sostiene en una de sus manos los clavos mientras que con la otra ayuda a sostener el cuerpo ya muerto. Nicodemo y José de Arimatea reciben el cuerpo del yacente y comienzan a envolverlo en el santo sudario, a los pies de Cristo una descompuesta María Magdalena torsiona su voluminoso cuerpo en un gesto de desgarro emocional, la composición de la parte derecha se cierra con una figura masculina que sostiene un bote en el que se guardarían los ungüentos para la sepultura.
En la parte izquierda del cuadro María se desmaya ante el sufrimiento causado por la muerte de su hijo, y su cuerpo es sostenido por el apóstol San Juan y una de las santas mujeres. En un segundo plano otra de las santas mujeres llora desconsolada.
Las figuras se representan en un fondo dorado con ballestas a modo de tracerías góticas en las esquinas y una pequeña referencia a la naturaleza en primer plano donde vemos un suelo verde cubierto por la hierba, una calavera y un hueso en referencia al monte del calvario.
La disposición de las figuras hace que la obra se configure como una elipse que tan sólo se rompe con el joven descendiendo de la cruz. La isocefalia (disposición de los personajes en friso) que parece intuir en un primer momento se rompe con la figura sin vida de Jesús y de un modo aún más evidente con María y San Juan o el joven que desciende de la cruz.
La minuciosidad de los detalles nos da una idea de la maestría del flamenco en el dibujo, pero también en el manejo de los colores. El rojo de túnica de San Juan o el lapislázuli en la de la Virgen son de gran riqueza cromática y a través de ellos podemos observar las calidades táctiles de los materiales que se logran utilizando el óleo. Las luces y sombras ayudan a crear el impactante volumen de las figuras y la sensación escultórica en cada una de ellas.
La obra recoge el dramatismo del momento, la pérdida de un ser querido y el respeto hacia la figura del Hijo de Dios, pero sobre todo es capaz de trasmitir al espectador el dolor de los personajes como pocas obras en la historia del arte lo han hecho.