El festín de Baltasar de Rembrandt
Esta obra de Rembrandt van Rijn la realizó el artista aproximadamente hacia el año 1636, cuando solo contaba con 20 años de edad, por lo que se puede considerar una obra de juventud, que de alguna forma anticipa su personalísimo estilo, tan propio y particular que lo cierto es que Rembrandt no llegó a alcanzar el éxito en vida. Sin embargo, el paso del tiempo lo ha convertido en uno de los grandes maestros del Barroco y de la historia de la pintura en general.
La obra nos presenta un episodio bíblico. Concretamente la historia del rey Baltasar, monarca de Babilonia, el cual era un seguidor de los dioses paganos, sin embargo al brindar por ellos durante un banquete, observó como de una forma milagrosa se escribía sobre la pared con caracteres hebraicos su destino.
Es curioso saber que Rembrandt para representar fidedignamente esa inscripción no dudó en consultar en un erudito judío holandés. Este mensaje viene a decir que su reinado se ha acabado, de hecho, el rey murió esa misma noche, y Darío, rey de Persia, se apropió de sus dominios.
Todo eso en cuanto a la temática de la obra, pero la grandeza de Rembrandt hay que buscarla en su calidad pictórica. Ésta se manifiesta en su capacidad para crear texturas, algo apreciable en la más difícil de todas ellas, la piel humana. Para comprobarlo basta con observar con atención el rostro de Baltasar, que además de transmitirnos su sorpresa, también es representado con toda su naturalidad, con la textura propia de un cuerpo ya viejo.
Esas calidades extremas es lo que permite a los estudiosos adjudicar verazmente las obras a las manos de Rembrandt. Y si bien en este caso hay poca duda al tratarse de una obra de juventud en la que no contaría con mucha ayuda. Lo cierto es que con el paso del tiempo el taller de Rembrandt fue creciendo y tenía varios ayudantes que participaban activamente en sus encargos. Algo que hace complicado en ocasiones saber que obras pintó él realmente y cuáles no. A modo de ejemplo, basta con decir que a comienzos del siglo XX los historiadores le adjudicaban a Rembrandt la autoría de unas 1000 obras, mientras que en la actualidad esa cifra se ha reducido a 300.
En esta obra también se pueden ver dos de las grandes influencias en la pintura de Rembrandt. Una de ellas es la de otro pintor flamenco, Pieter Paulus Rubens, de quién heredó su gusto por los episodios bíblicos de cierto tono dramático, como por ejemplo la escena de Sansón y Dalila de Rubens. Una obra en la que también se puede observar otra afinidad entre ambos pintores, la capacidad expresiva que conferían a las manos de los personajes.
Y la otra gran influencia de Rembrandt, sin duda alguna es la de otro de los grandes maestros del barroco, la del italiano Caravaggio, quién creó una verdadera escuela del claroscuro y las posiciones en escorzo con cuadros tan portentosos como La degollación de San Juan Bautista. Pero con la diferencia sustancial de que Rembrandt pintaba sin bocetos, directamente sobre el lienzo que recibía una imprimación oscura, por lo que sus tonos en sombra son de una pintura muy fina, mientras que los puntos de luz suelen ser de trazo más grueso.