La cena de Emaús de Rembrandt
Se trata de una tabla pintada por Rembrandt van Rijn en el año 1648, y que hoy en día se expone en el museo del Louvre de París.
Es una obra típicamente del estilo barroco de Rembrandt, donde las figuras gozan de bastante espacio a su alrededor, de modo que la penumbras que las envuelven suscitan las emociones de los personajes. Todo en un espacio en que destaca la altura de la pared, la cual sugiere monumentalidad y le da importancia al acontecimiento, que no es otro que un milagro narrado en la Biblia, según la cual, Cristo se apareció a dos peregrinos que iba camino de Emaús después de haber sido crucificado.
La escena se ilumina con una fuente de luz exterior al cuadro, que entra, ilumina la mesa y se va expandiendo alrededor. Y aún hay otro segundo foco de luz, que es la cabeza de Jesús. Pero se trata de una luz secundaria, ya que la principal es la que irradia el mantel de la mesa.
Es muy importante este tratamiento de la luz, porque para Rembrandt las formas son reveladas por la luz. Y es que para él es tan importante la luz como la penumbra, lo que le lleva a conceder mucha importancia a sus personalísimos difuminados. En realidad, no pinta lo que ve, sino lo que imagina, dándole forma a lo invisible para finalmente hacerlo real.
Si comparamos este tipo de efectos de la luz con los de otro pintor barroco famoso por sus claroscuros: Caravaggio, se puede comprobar que en Rembrandt los efectos son más libres. Él siempre atenúa los colores, pero por el difuminado les da ubicación, haciendo que desaparezca la forma plástica y ya sólo sea pictórica.
Todo se basa en su iluminación, incluso la composición de la obra. Por ejemplo aquí el ritmo se ve en la radiación de la luz que va desde el mantel a las figuras. Algo similar a lo que hace la luz que emana el cuerpo de la autopsia del doctor Tulp hacia el resto de asistentes en su cuadro Lección de anatomía.
Hay que tener en cuenta que Rembrandt era protestante, lo cual le concedió más libertad para sus obras religiosas que en otros lugares de la Europa católica como España o Italia. Por esa razón, en sus escenas bíblicas él se olvida del carácter historicista, tanto en lo referente a los decorados como a las vestimentas de los personajes. Y prácticamente siempre ubica esos hechos en unos ambientes de gran simplicidad evangélica. Donde suele reinar el silencio, y todo se vive interiormente.
Aquí los dos peregrinos sólo esbozan un gesto, mientras que el mozo del mesón no ve nada. Y en cuanto a Cristo, nos lo muestra descrito de forma imprecisa. Rembrandt tiene un modo de ponerse en contacto con el Evangelio de una forma muy simple, y lo hace evadiéndose por completo de la iconografía más tradicional y de los oropeles de la liturgia.