El Olimpo de Tiepolo
En realidad esta obra que atesora hoy en día el Museo del Prado originalmente fue un boceto que realizó Giambattista Tiepolo para la decoración de unos grandes techos en un aristocrático palacio de San Petersburgo, en Rusia.
Ese detalle nos da la verdadera dimensión de este artista italiano, que trabajó gran parte de su vida en su país de origen, especialmente en Venecia, pero que le llegaron encargos de muchos otros lugares de Europa. Al fin y al cabo se le tiene que considerar como el gran muralista de la época en todo el continente.
Y a veces incluso se desplazaba hasta allí. Como en el caso de España, ya que a una edad avanzada llegó a Madrid para pintar diversas salas del Palacio Real y lo cierto es que en la capital de España pasó sus últimos años encandenando un encargo con otro, hasta que falleció en 1770.
Cuando llegó a Madrid traería un buen montón de bocetos y trabajos previos, porque le gustaba mucho reaprovechar esas ideas. Y uno de ello sería este que ahora se titula El Olimpo o El Triunfo de Venus, ya que se trata de una representación no muy definida en cuanto al tema. Aunque eso sí protagonizada por los dioses de la mitología grecolatina.
Ahí se pueden identificar a figuras como la propia Venus o a Saturno, Minerva, Juno, Júpiter, Mercurio o Diana. Personajes que configuran por su posición dentro del lienzo una dinámica espiral, lo cual siempre fue una de las composiciones predilectas de este gran representante de la pintura rococó italiana.
Además es capaz de dotar a ese cielo tan vaporoso de una inusitada profundidad, aprovechando las nubes como informes elementos que construyen ese espacio tan aéreo y luminoso. Aunque no solo hay que destacar la luz y la composición de la obra. También merece la pena detenerse en su colorido, dominado por los tonos claros y cremas, los cuales actúan como un espectacular base para notas de color muy más fuertes aplicados a base de pinceladas sueltas que se convierten en gorros y ropajes de los personajes o en el plumaje de ese loro que hay en la parte baja.
El conjunto viene a ser casi como una pintura de caballete, pero con la capacidad que luego tenía el pintor para trasladarlo a las enormes dimensiones de un fresco, como hizo en el propio Palacio Real de Madrid, donde pintó varias salas. Y donde quizás quiso materializar alguna versión de este lienzo, en el que se estima que pudo estar trabajando hasta tres años, desde 1761 hasta 1764. De hecho, la obra estaba ya en el Museo del Prado prácticamente desde sus inicios en las primeras décadas del siglo XIX, lo que da una idea de que El Olimpo ya formaría parte de las colecciones reales y que estaría entre la ingente cantidad de obras de arte que se guardaban en el Palacio Real.